Las fuentes del malestar
Hace poco, alguien me dijo que si estaba siempre bien, rayando la insultante felicidad, por algo malo sería. Me sugirió probar con la terapia para dar con eso que no funciona dentro de mí y que hace que me sienta genial. Por lo menos quédate calvo, me sugirió.

No saber qué nos pasa es cada vez más la explicación a lo que nos pasa. Simplemente no estamos bien, y el porqué se diluye en un océano de posibilidades. Somos depositarios del malestar, digamos, y cuál sea su fuente permanece fuera de nuestro alcance. Y con ese saber una cosa y desconocerla al mismo tiempo, vamos tirando. Es el caso de una amiga, arrojada desde hace meses a una carrera desesperada por averiguar a qué se deben unos picores que siente buena parte del tiempo. No deja de hacerse pruebas, cuyos resultados arrojan siempre el mismo desenlace: que no es eso lo que le pasa, y que la fuente del problema ha de ser otra. De modo que le proponen hacerse nuevas pruebas. En los días buenos ya se ve como Nano Moretti enCaro diario, donde el protagonista empieza a sufrir unos extraños escozores, que se van volviendo más y más insoportables, y al final resulta que padece cáncer.«Gran conclusión», dice mi amiga. Cada vez es más difícil descifrar qué nos ocurre, aunque cada día haya más formas de ahondar en los problemas del cuerpo. Sin ir más lejos, yo estoy bien. Casi siempre estoy bien, muy bien, de maravilla. Cuando lo cuento, y me preguntan si tampoco me pongo triste, y digo que como mucho me apeno un minuto al mes, me miran raro. Hace poco, alguien me dijo que si estaba siempre bien, rayando la insultante felicidad, por algo malo sería. Me sugirió probar con la terapia para dar con eso que no funciona dentro de mí y que hace que me sienta genial. Por lo menos quédate calvo, me sugirió.