Taxonomía
Y entonces, como escribió Clarice Lispector, “Estaba organizada para consolarme de la angustia y del dolor. Pero ¿cómo me consuelo de esta simple y tranquila alegría?”.

Veinte o treinta o más días. Diversos tipos de dolor. Unos cuantos ejercicios sobre la taxonomía del padecimiento. El dolor acolchado y desagradable del cansancio plomizo extendiéndose por el cuerpo entre las dos y las cuatro de la tarde como si los músculos estuvieran derrotados, envueltos por una cadena babeante de tendones y fibras, un esqueleto líquido que no sirve para mantenerse en pie. El dolor infeccioso del sueño grávido, malárico, del que se sale sólo para derrumbarse en una vigilia laxa, esmirriada e inerme. El dolor como un gusano caliente en las sienes y la nuca. El dolor tumescente de los huesos hirviendo, el dolor como un ducto oscuro repleto del aroma a clínicas y hospitales y tabaco viejo de todas las tardes y las noches y las mañanas en las que se reciben malas noticias. El dolor tedioso como el agua cansada que burbujea dentro de una olla desde hace mucho rato, un agua que nadie recuerda para que está, cuyo objetivo ya se desconoce, que lleva demasiado tiempo allí. El dolor blanco de mirar el vacío como si no hubiera nada que hacer, ni canciones que cantar, ni libros por leer, ni líneas por escribir. El dolor desvanecido de las cosas cercanas que se miran como si fueran recuerdos. El dolor algodonoso y bamboleante del mareo en las mañanas. El dolor trágico de mirarse al espejo sin reconocerse entre la niebla de los rasgos de siempre. El dolor de los desayunos y las meriendas y las cenas sin la bendición del hambre. El dolor, como un frasco de píldoras vacío, de la indiferencia. El dolor demacrado del tiempo sin vigor, de las tardes de sol que transcurren con parsimonia enfermiza, de las noches que llegan sin esperanza. El dolor tenso de los cálculos que se hacen mirando el techo: tengo tantos años, me quedarán tantos otros, tantos de esos serán malos. Pero después, un día, todo pasa. Y entonces, como escribió Clarice Lispector, “Estaba organizada para consolarme de la angustia y del dolor. Pero ¿cómo me consuelo de esta simple y tranquila alegría?”.