El susto
Me preguntaba “Cómo voy a lograr vivir de la escritura, por la escritura, para la escritura”, y luego venía esa extraña certeza, esa voz infundada que me decía “Voy a poder”

Buenos Aires
Es domingo. El día está espléndido en Buenos Aires. Hace mucho frío y hay una luz santa. Estoy serena, con el trabajo acumulado cumpliéndose de a poco, como maíz que entra en un molino y sale perfectamente triturado. Además, está este susto bendito que siento al escribir, esta zozobra, esta intemperie joven. Este susto revivido, reencarnado, igual al que sentía en los años noventa al entregar mis primeros artículos a los editores que revisaban las hojas lápiz en mano antes de dar el veredicto. Esta zozobra, este susto como de estar sola en la noche en medio del campo, es el mismo que sentía cuando me sentaba a escribir en mi departamento de dos ambientes y me lanzaba sobre la Lettera portátil a teclear hasta la medianoche y partía al día siguiente hacia la redacción con mi cúmulo de hojas rogando que les gustara, que me siguieran dando trabajo al día siguiente y al otro y al otro, que me arrojaran otra vez al río como a un pez que vuelve a su país, que volvieran a poner la piedra sobre mi espalda y me dejaran al pie de la colina como un Sísifo loco, enamorado. Esta zozobra, este susto bendito, este no saber cómo, es lo mismo que sentía hace años cuando intercambiaba los primeros correos con los editores de revistas extranjeras, prestigiosas, que me proponían temas difíciles, casi imposibles, a los que yo decía que sí, que claro, que por supuesto lo haría. Un susto enervante que está hecho de la materia antigua que nació en el pueblo en el que me crie, cuando sentía la derrota crecer dentro de mí y después la euforia crecer dentro de mí en una alternancia enloquecedora, cuando me preguntaba “Cómo voy a lograr vivir de la escritura, por la escritura, para la escritura”, y luego venía esa extraña certeza, esa voz infundada que me decía “Voy a poder”. Es un combustible añejo y precioso, un susto que devuelve al origen, al momento en que nada había sucedido, que recuerda el delicado aroma del comienzo, que emana la suave potencia de lo que todavía no es, de lo que está en capullo, de lo que no ha brotado. Un susto que se parece al amor cuando recién empieza, que muestra su poder, su desbordante inclemencia.




