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Sarasate, el emperador del violín

Pablo Martín Melitón de Sarasate y Navascués no fue solo un virtuoso del violín, fue además una leyenda viviente de su tiempo y un símbolo del genio musical español

El violín de Sarasate

El violín de Sarasate

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Nacido en Pamplona, en el seno de una familia musical, comenzó a tocar el violín a los cinco años. Su padre, músico militar, fue su primer maestro. Pronto se hizo evidente que aquel niño no era común. A los siete ya daba conciertos, y a los doce fue admitido en el Conservatorio de París, algo extremadamente raro para un extranjero. Pero llegar a París no fue fácil. Durante el viaje, enfermó gravemente de cólera en Burdeos y estuvo a punto de morir.

A lo largo de su carrera, Sarasate conquistó Europa y América con su técnica impecable, su elegancia y su carisma. Tocó para reyes, emperadores y presidentes. Su estilo era puro, sin exageraciones ni gestos teatrales. Era tan preciso que, según se decía, su violín no se desafinaba ni siquiera después de largas giras. Sarasate no solo interpretaba, también componía. Obras como Aires gitanos o Carmen Fantasy están cargadas de virtuosismo. Eran desafíos para otros violinistas y no todos podían seguirle el ritmo. Se le comparó con Paganini.

El mismísimo Camille Saint-Saëns le dedicó su Introducción y Rondó caprichoso, y Édouard Lalo escribió para él la célebre Sinfonía española. Sarasate elegía cuidadosamente qué obras aceptar. Su agenda estaba repleta de conciertos en las principales capitales del mundo. Se le veía más en Viena, París o Nueva York que en Pamplona, aunque nunca renegó de sus raíces y cada vez que visitaba su ciudad natal se hospedaba en el Gran Hotel La Perla, en la habitación 207. Se narra su afición a las partidas de mus en el comedor del hotel, aunque raramente ganaba. Desde el balcón de su habitación, se asomaba a saludar al pueblo durante los Sanfermines y en 1902, al recibir el título de Hijo Predilecto de Pamplona, ofreció un concierto desde allí, ante una multitud de miles de personas.

Curiosamente, Sarasate nunca se casó ni se le conocieron relaciones sentimentales estables. Algunos biógrafos especulan que fue por devoción absoluta a su arte. Era un hombre elegante, de gran bigote y de gustos refinados: vestía con esmoquin impecable, coleccionaba obras de arte y amaba los relojes. Su compañía predilecta era su inseparable violín Stradivarius de 1724.

Pablo Sarasate murió en Biarritz en 1908, a los 64 años, dejando tras de sí una estela de admiración. Fue enterrado en Pamplona, donde hoy una estatua le rinde homenaje. Su legado continúa vivo no solo en sus composiciones, sino en el repertorio de todos los grandes violinistas que se atreven con sus obras.

Una anécdota lo resume bien: cuando un periodista le preguntó si creía en el diablo, Sarasate respondió: Yo no creo en el diablo, pero a veces, cuando toco, me da miedo lo que oigo…

 

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