El baile de Oriol
Todos, adictos o no, hemos tenido un momento así. Un momento en el que nos miramos al espejo después de haber atravesado un valle de sombra de muerte y nos decimos “Conque ahí estabas. Bienvenido. Ya estoy aquí. Y no te suelto”
El baile de Oriol
Buenos Aires
Desde hace días, cuando salgo a correr, escucho una y otra vez la misma canción. La escuché por primera vez en la serie española Yo adicto, que cuenta la historia de su director, Javier Ginés, su adicción a las drogas y su paso por un centro de rehabilitación. Al principio, mientras miraba la serie, reaccioné mal al discurso punitivo y de autoayuda que prima en esos sitios, repleto de frases como “Priorízate” o “Acepta que eres un enfermo”; con profesionales que deciden castigos, incluso abiertamente injustos, en el nombre de “lo hacemos por tu bien”. Después decidí guardar esas reticencias para mí, que no tengo idea de cómo es meterse una raya tras otra hasta quedar boqueando como un pez fuera del agua y ser capaz de vender el riñón de un hijo para conseguir otra dosis. El actor que interpreta a Ginés es Oriol Pla. Tiene un misil en cada ojo y regula esa mirada de ojiva nuclear para darle matices a un personaje que, dependiendo del día y las circunstancias, es indiferente, simpático, violento, insoportable o cariñoso. En el final del capítulo titulado El monstruo, después de arranques intempestivos y jornadas horrendas, todo el tratamiento parece a punto de irse al cuerno. Es de noche. Pla entra a una sala vacía. Se desnuda y pone una canción, esa que no puedo dejar de escuchar: Benvolgut, de Manel. Alegre, indómita, es un ejército emocional entrando en la ciudad del espíritu y poniendo a todo el mundo de pie. Al comienzo, Pla ejecuta unos movimientos torpes frente al espejo. Parece que no podrá hacer nada más, atrapado en su armadura doliente, pero de pronto, como si alguien le hubiera quitado el bozal, se transforma en un fauno. No baila, levita, atraviesa el espacio como si nadara. Trepa a los muebles y los alféizares convertido en una criatura mitológica, la cría que nace de la cópula entre un trozo de titanio y un guepardo. Al terminar, agitado, se mira al espejo y hace un gesto, la sonrisa apenas enunciada de un cuerpo que ha vencido sobre sí mismo. Lo reconocí de inmediato. Todos, adictos o no, hemos tenido un momento así. Un momento en el que nos miramos al espejo después de haber atravesado un valle de sombra de muerte y nos decimos “Conque ahí estabas. Bienvenido. Ya estoy aquí. Y no te suelto”.