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Gertrude Bell: la dama que dibujó el mapa de Oriente Medio

Pocas figuras han dejado una huella tan profunda en la historia de Oriente Medio como esta aventurera inglesa

Gertrude Bell: Una mujer en Oriente Próximo

Bell no era la típica mujer de su tiempo, casada y con hijos. Ella ni se casó ni tuvo hijos. Pero tuvo tiempo para ser arqueóloga, escritora, fotógrafa, alpinista, exploradora y espía. Su vida fue un constante desafío a las normas sociales y a los límites geográficos.

Educada en Oxford, Bell desarrolló un interés temprano por la historia y las lenguas, herramientas que más tarde la llevarían a recorrer desiertos, montañas y pueblos remotos. Recorrió Persia a caballo, realizó más de 500 fotografías, aprendió el idioma y se enamoró del secretario de la embajada. De hecho, fue conocida como “la reina del desierto” (y este es el título de una película dirigida por Werner Herzog).

Entre 1899 y 1904, escaló el Mont Blanc y el Matterhorn. En los Alpes Bearneses, uno de sus picos recibió su nombre: Gertrudpitze, tras haber sido la primera en escalarlo.

Su pasión por la arqueología la convirtió en testigo y cronista de culturas milenarias, mientras su habilidad diplomática la llevó a ser una figura clave en la creación del moderno Estado iraquí. Durante la Primera Guerra Mundial, Bell se une al Arab Bureau en El Cairo, colaborando estrechamente con figuras como T.E. Lawrence. Su conocimiento de las tribus árabes y su red de contactos la convierten en una pieza clave para los británicos en la región. Tras la guerra, y la caída del imperio otomano, participa activamente en la creación del Estado de Irak, redactando informes y asistiendo a conferencias como la de El Cairo en 1921, donde se decide la instalación de la dinastía Hashemita en Bagdad.

Fue conocida también con el apodo de “la reina sin corona de Mesopotamia” porque Gertrude Bell no solo exploraba, sino que construía alianzas, escribía informes políticos para el gobierno británico y ayudaba a moldear la estructura política de un territorio convulso. Su correspondencia y diarios revelan a una mujer perspicaz, astuta y con un profundo respeto por las personas y culturas que encontraba en su camino.

Además de su labor política, Bell fue una defensora del patrimonio cultural de Irak. Ayudó a fundar el Museo Arqueológico de Bagdad, aportado importantes colecciones de artefactos de la civilización babilónica.

Gertrude Bell murió en 1926, dejando un legado complejo: algunos la ven como arquitecta de fronteras, otros como una aventurera incomprendida. Pero todos coinciden en una cosa: su vida fue extraordinaria y su influencia sobre Oriente Medio sigue siendo motivo de estudio y admiración casi un siglo después.