El rey de los vampiros
Así que el gorgoteo del dulce de peras, el ronroneo de la gata, el aroma de la lavanda, esa montaña de tibieza algodonosa lo hace temblar de agonía y le arranca chillidos de horror
El rey de los vampiros
Buenos Aires
El gorgoteo somnoliento del dulce de peras. Puñados de lavanda en los armarios. La gata durmiendo junto al calefactor. La tarde del sábado irrumpe boba en el departamento. Todo emana el zumbido desahogado de lo que se conoce. Nada podría ser mejor después de haber pasado ocho meses entre hoteles y puestos de migración y ajústense los cinturones y bienvenidos a Madrid, a Berna, a Nueva York, a Santiago de Chile, a Ciudad de México, a París. Sin embargo, la vida regresa muy lentamente a un cuerpo embalsamado por la despresurización, atontado por el continuo trato con extraños, acribillado por la ráfaga de las horas muertas. La carne y los músculos resienten esos cambios de temperatura emocional: ayer era una conferencia leída en un muelle de Menorca ante cuatrocientas personas sentadas en el declive melodramático de una ladera verde como la melena de un dios del agua; hoy es un supermercado de Buenos Aires donde hay que comprar jabón. Algo en lo profundo anhela calma. Y algo, en lo profundo, reacciona ante ella como si le hubieran arrojado ácido. Es el rey de los vampiros, un príncipe oscuro, un emperador de las tinieblas, un yonkie de la adrenalina, un adicto al fuego. No busca el aplauso, busca el riesgo. No busca el elogio, busca el sobresalto. Quiere ejercer su juego esquivo, ser una máscara pública de sonrisas y de por favor y gracias para, apenas después, correr a su cuarto y sentarse ante su pantalla y transformar la vida en palabras para que las palabras le den vida. Vive de un combustible que se devora a sí mismo. Es sangre que bebe de su sangre. Llaga gozosa que sólo sabe funcionar sin freno. Así que el gorgoteo del dulce de peras, el ronroneo de la gata, el aroma de la lavanda, esa montaña de tibieza algodonosa lo hace temblar de agonía y le arranca chillidos de horror. Porque ahora que está donde tanto anhelaba estar lo único que quiere es todo lo que hay allá afuera y allá lejos, ese país sin nombre y sin fronteras que ama y que detesta por igual, el lugar del que provienen su debilidad y su fortaleza, una lejanía de la que se atiborra y con la que se atraganta y por la que se desangra y que, supone, algún día se lo comerá vivo.