Asalto en el supermercado
Es una suerte para el negocio que tenga prisa y salga corriendo para comerme lo que he comprado. Así mañana podrán atracarme otra vez. Enhorabuena a los asaltantes.

Galicia
Me gusta ir al supermercado. Voy casi todos los días. Algunos más de una vez. Sigo alucinando con que existan tantas cosas diferentes para comer. Seguramente cada etapa de la vida lleva asociado uno en particular. Para muchas generaciones el supermercado constituye una especie de paisaje infantil. Siempre están ahí. La vida humana es inviable sin ellos. No hay espacio donde deambulen y se reúnan tantos individuos semejantes, pero a la vez distintos: por edad, formación, ingresos, cultura, origen, aspecto, bla bla bla. En el supermercado buscas, encuentras, compras, te lo comes, sobrevives. Si sales con las manos vacías te sientes extrañamente culpable. A veces, si no me llevo nada, me pongo rojísimo, porque creo que los cajeros van a pensar que he entrado a robar. Por si acaso, al salir a la acera, acelero. En el supermercado ves caras conocidas sin parar, aunque nunca hayas cruzado una palabra con ellas. Quizás vas a reencontrarte con la gente, aunque no lo sepas, y de paso, como ya has hecho el esfuerzo de ir, te haces con la compra, porque nunca está de más tener qué comer. Un supermercado puede servir para conectarse con el mundo, y también para aislarse. Yo creo que voy a estar solo: si está lleno, porque se agranda mi anonimato, y si está vacío, porque es como si fuese mío. A lo que nunca iba, pero de un tiempo a esta parte ya sí, es a que me asalten cuando veo el total en la caja registradora. Es una suerte para el negocio que tenga prisa y salga corriendo para comerme lo que he comprado. Así mañana podrán atracarme otra vez. Enhorabuena a los asaltantes.




