La hostia de la Opa
Yo estoy a favor de albergar grandes ilusiones de vez en cuando. Sobre todo mientras estás en la cama; en el momento que te levantas, ya la has cagado. Pero no hay que ponerse demasiado triste. La banca siempre gana
Galicia
Sucede una cosa divertida con las opas hostiles: no es inverosímil perderlas. Cuando parece que estás a punto de ganarlas, te las quitan de las narices. La hostilidad se reserva estos finales desagradables, en los que el fracaso a veces irrumpe por sorpresa. Pero quién no es dueño de una trayectoria decorada con alguna victoria clarísima que no se alcanzó, como la ha ocurrido al presidente del BBVA. Esas inopinadas, sonoras catástrofes, tan morrocotudas, deberían poder incluirse en un currículo y lucir con toda su espectacularidad. Por ejemplo: fulanito de tal, graduado en no sé qué; máster en una cosa; experiencia laboral en esto, en lo otro; dominio de cuatro idiomas, premios aquí y allá, dos presidencias, y veintinueve tiros por la culata. Nunca se sabe a ciencia cierta qué habla mejor de uno: lo que le sale bien o lo que mal. Las grandes expectativas, que se desinflan estrepitosamente, pasando de la euforia a la ruina absoluta, nos resultan familiares. Recuerden cuando anunciaron por error que el Oscar a la mejor película era para La la Land, y medio minuto después se lo concedieron a Moonlight. O más pavoroso aún: evoquen las caras de euforia cuando Puigdemont proclamó la república catalana y a los ocho segundos la suspendió. Yo estoy a favor de albergar grandes ilusiones de vez en cuando. Sobre todo mientras estás en la cama; en el momento que te levantas, ya la has cagado. Pero no hay que ponerse demasiado triste. La banca siempre gana. Estoy seguro de que a la vuelta de veinte años Carlos Torres cuenta la hostia que se ha pegado con la opa, y se muere de risa. El tiempo pasa enseguida. Ánimo, Carlos.




