En el nombre de ellos
Vonnegut aparta la mirada, pudoroso ante la obra que acaba de crear, hasta que emite un gemido y dice: “¡Si esto no es bonito, yo no sé qué es! ¡Música, por favor!”.

Buenos Aires
En 2024, Kurt Vonnegut dio una conferencia en una universidad de Estados Unidos. Trazó dos líneas en una pizarra y diseccionó los ejes sobre los que transcurren las historias, desde La Cenicienta hasta Hamlet. Es como ver a Einstein dando clases de análisis literario, algo genial y gracioso al mismo tiempo. En los minutos finales, Vonnegut anuncia que va a rendir tributo a su tío Alex. “Lo que el tío Alex encontraba objetable –dice- es que la gente raramente se da cuenta de los momentos en los que está siendo feliz. Nosotros nos sentábamos debajo de un árbol de manzanas, bebiendo limonada y hablando de esto y de lo otro, prácticamente zumbando como abejas, y el tío Alex hacía que nos detuviéramos y decía: “Esperen un momento, deténganse. ¡Si esto no es bonito, yo no sé que es!”.” La escena no tiene nada especial: un hombre mayor frente a un atril, en una sala universitaria. Pero Vonnegut oculta una ojiva nuclear. Pregunta: “¿Cuántos de ustedes han tenido un profesor que los haya hecho sentir más orgullosos de estar vivos, más felices de estar vivos de lo que nunca habían creído posible? ¿Pueden levantar la mano, por favor?”. No hay cámaras que enfoquen a la audiencia. Sólo se ve el rostro de Vonnegut, muy serio, que dice: “Okey. Ahora, por favor ¿pueden decirle el nombre de ese profesor a la persona que tienen al lado?”. De pronto, como si le hubieran aumentado el volumen a la atmósfera, asciende un zumbido: un susurro sinfónico, un tributo de sal a los vivos y los muertos, los nombres de cientos de profesores mezclándose en el aire. Vonnegut aparta la mirada, pudoroso ante la obra que acaba de crear, hasta que emite un gemido y dice: “¡Si esto no es bonito, yo no sé qué es! ¡Música, por favor!”. Y, al ritmo de un vals, revolotea en torno a la pizarra como un pájaro torpe. Cuando vi ese video pensé en lo afortunados que fueron quienes prestaron buena atención a Vonnegut mientras estaba vivo. Yo llegué a él vergonzosamente tarde, a fines de 2024, después de haberme preguntado durante años si era un genio o un idiota. Así que ahora voy dejando aquí y allá balbuceos de admiración por él. Cuando recuerdo a las profesoras que me hicieron sentir viva y orgullosa, cuando evoco a esas personas que enseñaban matemáticas o literatura pero se las arreglaban para transmitir cuán grave y misterioso era el hecho de estar vivos, cuando digo señorita Nadia y señora Mirta y señorita Ana, pienso en él. En él, que llegó tarde a mi vida, que me dio risa y me dio placer y me dio felicidad. Salud, señor Vonnegut. Y gracias.




