Magistral cambio de hora
No quiero ni pensar qué ocurrirá si un año, entre las dos y la tres, de pronto ya no cabe esperar la milagrosa pirueta de los relojes, como si hacer cosas sin sentido, como adelantar y atrasar la hora, no fuese lo que nos hace humanos.

Galicia
Magistral cambio de hora, seco y exacto. Pasó de todo y no ocurrió nada. Hacía tiempo que no asistía a uno así. Simplemente emocionante. Un lienzo maravilloso de nuestra vida. Casi lloro. Esa volar de los días largos a los cortos, acelerando los relojes como si fuesen una moto, sobrecoge a cualquiera. Ha sido, otro otoño más, un mágico salto en el tiempo, fulgurante aunque sereno, sencillo a la par que elegante. Una obra maestra, no se discute. Buena coordinación, fuerza explosiva, no exenta de finura y distinción; gran técnica, en definitiva. No se olvidará fácilmente esta madrugada, rebosante de perspicacia, cuyos minutos más remotos se envolvieron en llamas, mientras el país dormía, soñaba, daba vueltas, iba a la nevera, follaba, bebía, roncaba, pasaba calor o frío. No puedo más que felicitar a todos los relojes por su colosal y coral actuación, incluidos los de la pared de la cocina, que supieron esperar con paciencia a que la primera persona que se levantase a desayunar, o a hacer pis, los empujase manualmente hacia delante. En ese traslado de las dos a las tres vislumbramos, como cada año, las complejidades de la existencia, la búsqueda desesperada de su sentido. El cambio de hora es sensacionalista, macabro, fresco, violento, explícito, ambiguo, divertido. Es el que estábamos esperando y el que no. Un acto devastador, y un gesto tierno, luz en la oscuridad. No quiero ni pensar qué ocurrirá si un año, entre las dos y la tres, de pronto ya no cabe esperar la milagrosa pirueta de los relojes, como si hacer cosas sin sentido, como adelantar y atrasar la hora, no fuese lo que nos hace humanos.




