Escribe tus memorias
Me acuerdo del comienzo prodigioso de Memorias del subsuelo, de Dostoievski: «Soy un pobre miserable», decía el narrador al comienzo. Ojalá un principio en esa línea, rebosante de honestidad

Galicia
De vez en cuando, personas a las que no se ha visto nunca leyendo un libro, o comprándolo, o sosteniéndolo, o tocándolo con un palo, por si acaso, se ponen a escribir uno. Es un espectáculo escalofriante y cómico. A mí me hace pensar en la cabecera de los documentales de Rodríguez de la Fuente, en la que un águila atrapaba con sus garras una cabra montesa y se la llevaba volando. Al ver aquello me decía siempre «pobre cabra», como ahora me digo «pobre libro». Supongo que a Juan Carlos I, a punto de publicar sus memorias, le cuentas que Flaubert leyó o consultó mil quinientos libros simplemente para documentar su novela Bouvard y Pécuchet, y si está desayunando, tiene que escupir el café para no ahogarse de risa. Víctima tradicional de impulsos salvajes, que a lo mejor en otra época acababan con un elefante muerto, o con millones de euros en una cuenta secreta, ahora han desembocado en unas memorias. Ni tan mal. Tengo ganas de leer, por lo menos, la primera frase. Me acuerdo del comienzo prodigioso de Memorias del subsuelo, de Dostoievski: «Soy un pobre miserable», decía el narrador al comienzo. Ojalá un principio en esa línea, rebosante de honestidad. Nos creemos unas memorias cuando no nos ahorran la basura del autor. Incluso Rousseau, que escribió las suyas para recordar a la humanidad que era un genio, nos confesó detalles vergonzosos como que tuvo cinco hijos y los abandonó en un hospicio, o que de niño era ladrón y embustero, y en una ocasión hasta meó en el puchero de una vecina mientras ella estaba en el sermón. Será también por porquería donde elegir en el caso del Emérito.




