Elogio de la inutilidad
Hoy entiendo mejor aquel sketch de Martes y Trece, en el que una cliente acudía al súper a comprar detergente Gabriel. Un señor le ofrecía a cambio del suyo tres paquetes de Gabriel. Pero ella rechazaba la ganga. «Gabriel es mi preferido», decía.
Juan Tallón
Galicia
Quizás no estemos tan mal haciendo de vez en cuando cosas innecesarias e inútiles. En nuestra tendencia a lo absurdo hay algo de inevitable. Quién sabe si una vida de aciertos y cambios siempre a mejor no conduce a la locura. Aún recuerdo cómo mi abuelo, si le proponías deshacerse del sofá, viejísimo, respondía«Pero si estamos horriblemente bien aquí, para qué cambiar». Hacer cosas por hacer, que no producen resultados, ni tienen demasiado sentido, está tan asentado en nuestra conducta que si renunciásemos a ellas se crearía un vacío desolador ante nosotros. En algo debemos diferenciarnos de las bestias, digo yo, empezando por el apego a la inutilidad. A veces vale más tener una costumbre absurda que ninguna. Probablemente el nihilismo es eso: una vida sin manías. Por ejemplo: si te habitúas a tomar betabloqueantes cada día, después de un infarto, y de pronto te dicen que no te causa ningún bien tomarlos, quizá tu primera reacción sea alegar que«mal tampoco».En la búsqueda permanente de utilidad, y soluciones, y beneficios hay algo de alienante. Hoy entiendo mejor aquel sketch de Martes y Trece, en el que una cliente acudía al súper a comprardetergente Gabriel. Un señor le ofrecía a cambio del suyo tres paquetes de Gabriel. Pero ella rechazaba la ganga. «Gabriel es mi preferido», decía. Le gustaba cómo dejaba la ropa. «¡Pero yo le ofrezco cuatro paquetes de Gabriel por su paquete de Gabriel!». Ni que le ofreciese«cuatro mil». Estaba contenta con«su»Gabriel. «No tengo necesidad de cambiar, así que haga usted el favor de no tocarme los huevos», tenía que decirle. Tomemos nota de este final.