El estigma de Emilio Salgari
Salgari fue el escritor que, sin haber viajado, abrió al mundo entero a través de la imaginación, pero cuya vida estuvo marcada por el sacrificio, la pobreza y un final tan trágico como heroico

UNSPECIFIED - CIRCA 1995: Emilio Salgari (1863-1911), Sandokan, To conquer an Empire. Illustration with Sandokan, Yanez and Tremal-Naik in the jungle. Donath edition, Genoa, 1907. (Photo By DEA PICTURE LIBRARY/De Agostini via Getty Images) / DEA PICTURE LIBRARY

Las novelas de Emilio Salgari fueron siempre escritas utilizando la misma tinta clara hecha por él mismo, elaborada con plantas de su pequeño jardín. Toda su producción novelística se encuadra en diversos ciclos narrativos: el del Far-West, el de los piratas del Caribe, el egipcio, el de los pescadores de perlas... siendo el más conocido sin duda el ciclo de Sandokán. Tal es así que unos campesinos llegaron a escribirle un día para comunicarle que lo tenían todo dispuesto para una expedición cuyo objetivo no sería otro que rescatar a Sandokán de las garras de sus enemigos...
Sus hábitos no eran muy recomendables. Entendía la vida desde la perspectiva de un bohemio, alcohólico y fumador compulsivo (como Ángel Ganivet) y pasaba las noches de sus últimos años insomnes. Al poco de cumplir los 40 años escribe: “Llega la vejez. Nada tengo para pasarla tranquilo: solo la eterna pluma, el eterno tintero y mi inseparable cigarrillo. El alivio me lo procura el tabaco: cien cigarrillos diarios me dan fuerza para sostenerme en pie; el alimento, no”.
Usaba tacones altos para ocultar su baja estatura y utilizó varios seudónimos rimbombantes para impresionar y burlar a sus editores, como el de Capitán Guido Altieri, su alter ego más importante. Incluso nos dejó una curiosa novela escrita en 1907 titulada Las maravillas del año 2000, de éxito inferior a otras suyas y con menor ojo profético que Julio Verne. El autor de Sandokan, El Corsario Negro, El león de Damasco y otros inolvidables títulos dejó a sus hijos, al morir, en la pobreza más absoluta y además del legado de sus obras, les dejó un trágico destino genético: el de morir prematuramente y de forma violenta. En 1889 se había suicidado el padre de Salgari, siendo el primero de una impresionante cadena de suicidios familiares.
Su querida esposa Ida Peruzzi, famosa actriz de teatro con la que se había casado el 30 de enero de 1892 (a la que llamó siempre, cariñosamente, "Aída", como la heroína de Verdi) con la que tuvo cuatro hijos, fue ingresada en una casa de salud mental el 19 de abril de 1911, en concreto en el manicomio de Collegno, cerca de Turín. Esto, junto con los graves problemas económicos por los que estaba pasando Salgari, que le llevan a la ruina, son las causas que le hacen tomar una dolorosa y trágica decisión. El 24 de abril, la víspera de su suicidio por harakiri, describe su desesperanza de una manera que aún nos conmueve:
“Hijos míos, vuestro padre camina hacia las tinieblas, hacia el destino final. No hay precipicio. No hay obstáculo que pueda detenerme, que pueda hacerme retroceder, no, ¡no hay nada absolutamente!... Nos hemos amado tanto, hasta la locura. Ella ha sufrido demasiado, pobre amor mío; su cerebro se ha rendido antes que el mío... Ahora que ella se separa de mí, ahora que ella me abandona, perdiendo la luz de la razón, ahora que ella se va de mi lado, no veo más que tinieblas, que horrores, que noche”.
Salgari vivió pobre, soñó en grande y convirtió la fantasía en su verdadero territorio de libertad.




