Oh, Beth
No podría ser protagonista de nada porque está hecha para ser la fuerza oscura que sostiene la historia. Sin su amor torcido y su lealtad rabiosa, la trama sería apenas la de una disputa de tierras

Buenos Aires
El alucinógeno NoHo Hank, de la serie Barry. El críptico Mike Ehrmantraut, de Breaking Bad. La sarcástica Kim Wexler, de Better Call Saul. Las grandes series lo son también por la calidad de sus personajes secundarios como, por ejemplo, Beth Dutton, la hija de John Dutton en Yellowstone. John Dutton es un patriarca totémico, dueño de miles de hectáreas en Montana, que defiende sin fijarse en gastos: mata, extorsiona, negocia oscuramente. De las masacres se encargan sus empleados y sus hijos varones. Beth se ocupa de la muerte lenta: lleva a la gente a la ruina, a la locura. El rimmel siempre corrido, el rostro con el gesto de decepción de quien vio más allá y sabe que sólo hay vacío. No es que esté acorazada: debajo de Beth solo hay más Beth, al infinito. Tiene los pechos cremosos, la boca en un rictus de sinfónico desprecio. Recibe golpes que la desfiguran, tiene una herida delicada sobre el pómulo derecho. Cuando camina, el oxígeno se echa a sus pies como un perro mojado. Se pone el abrigo sobre el hombro y los cowboys más duros comprenden que ella es el oso más grande, el más peligroso. Está hecha de rencor y cigarrillos. Anda siempre un poco borracha, arrebujada en la ira. Tiene una ambición blanca y occidental: quiere que ese rancho que pertenece a su padre y antes perteneció a sus abuelos siga siendo de su familia por los siglos de los siglos. Su esposo, Ripp, es un vaquero durísimo que la ama como quien sostiene a un animal herido sabiendo que esa herida sólo lo hace más furioso. Es lujosa y cruel. Palabras como candidez no se inventaron para ella. Destroza gente con un parpadeo. Miente, manipula, se hace responsable de las consecuencias del odio que porta. Si tiene que ir a la cárcel va a la cárcel. Si tiene que quemarse, se quema. Es celosa de un modo ridículo. No le importa que la llamen puta, perra, víbora. Nadie puede decirle nada que ella no sepa de sí misma. Se pelea como pelean los que no tienen futuro: sin medida, sin pacto, sin organización. No podría ser protagonista de nada porque está hecha para ser la fuerza oscura que sostiene la historia. Sin su amor torcido y su lealtad rabiosa, la trama sería apenas la de una disputa de tierras. Con Beth se vuelve un Armagedón espiritual. Si realmente existiera, sería una destructora de mundos. En la ficción, los hace más grandes que ellos mismos. En ambos, es la sombra que recuerda que el poder está en la periferia, donde nadie mira y todo arde.




