Deseo de ser presidente
Los asuntos de poca monta mantienen entretenida a la mayoría de la humanidad y bien pueden ser importantísimos, pero un día, al lado del sueño de llegar a la presidencia, se quedan cortos

Galicia
A veces me pregunto dónde nace el deseo de ser presidente, o presidenta. Quizás ese sueño rimbombante te ataque por sorpresa, en medio de cualquier ocupación. Estás rellenando unos papeles, o rellenando un pavo, o montando una estantería, o asistiendo a la representación de Macbeth, o quitando el tapón de la bañera, o echando un vistazo a tus movimientos bancarios, y te preguntas: y su fuese presidente ¿qué? Nadie declara, cuando es pequeño, que de mayor quiere ser presidente. Sería raro. Hace años, en el patio del colegio de mi hija, le escuché a uno de sus compañeros, de casi cuatro años, decir que de mayor quería ser psiquiatra. Me caí de culo, claro, y a continuación miré a mi hija y le pregunté: «¿Y tú?» «Yo no quiero ser nada», respondió, con un total desprecio por el porvenir que me hizo sentir orgulloso. Pero pasa el tiempo, y un día, de repente, aquello en lo que estás inmerso –tus negocios, tu trabajito, tu oficina– te parece un asunto de poca monta, y das el salto. Quién no necesita un cambio de aires de vez en cuando. Los asuntos de poca monta mantienen entretenida a la mayoría de la humanidad y bien pueden ser importantísimos, pero un día, al lado del sueño de llegar a la presidencia, se quedan cortos. Después de todo, vas a guiar a un país. Hacia dónde, es otra historia. Por supuesto, caben los sueños intermedios. Henry Hill, en Uno de los nuestros, de Scorsesse, decía que para él ser gánster era mucho mejor que ser presidente de los EE.UU., por ejemplo. Aunque se me ocurre que tal vez no esté reñido ser presidente y al mismo tiempo gánster.




