Mejor mañana

Galicia

Dejar cosas para el último momento, para casi el último día del año, no es algo que por ejemplo hagan los tigres, ni los atunes, ni los palomas. Lo hacemos los humanos porque nuestra inteligencia nos ha permitido deplegar la indiferencia, el conformismo, cierta estupidez hacia lo que está por venir. Acometer las cosas cuanto antes es una hazaña, y esta exige un estado de ánimo demasiado propicio que rara vez es el tuyo. No digo que no nos gustaría resolverlo todo en su justo momento, pero de ahí a lograrlo… A mí me parece peligroso incluso intentarlo. Cuando te adentras en diciembre te da por creer que existe margen bastante antes de que acabe al año para resolver cualquier asunto pendiente. Hay algo en esa distancia que estableces entre tú y el futuro que te lleva a confiar en que no llegará sino lentísimamente. Por otra parte, es tal hastío que produce la Navidad que te pones a razonar y llegas a la fácil conclusión de que para que se acabe el año antes ha de transcurrir la mitad del tiempo que resta, y antes la mitad de la mitad, y previamente la mitad de la mitad de la mitad, y así hasta el infinito, lo cual te deja muchísimo tiempo de reacción. Cómo no confiar en tu capacidad para acometer un millón de cosas en solo un par de días. De hecho, este es el motivo de que queden cuatro para que me caduque el carné de conducir y aún no haya pedido cita en el psicotécnico. Y eso que me avisaron hace tres meses. Pero es como si te dicen que te morirás el 18 de febrero de 2051. Qué más te da; es imposible que ese día llegue. Así que feliz 2026. Y tranquilidad.