Del campo a la mesa
Por eso se están organizando para buscar alternativas para la venta a sus patatas, sus naranjas, sus cereales, sus frutas. Vender directamente al consumidor. Aseguran que es mucho más agradecido: no tienen que pelearse con nadie para marcar un precio final, no soportan duras presiones para vender aquí o allí y al precio que te marcan y, por lo contrario, reciben el agradecimiento de los clientes, ganan más dinero, venden en general cerca o al menos con rapidez, con lo que el producto llega mucho más fresco al consumidor y, sobre todo, no se indignan cuando ven que algo por lo que les pagan a ellos unos míseros céntimos, se multiplica hasta en un 800 y hasta un 900% cuando se pone en la estantería de un centro comercial. Evitan muchos intermediarios y saben que quizá es la única forma de sobrevivir en esta selva del campo, más maltratado que nunca.
Sí, es verdad que a veces todos esos productos necesitan unos tratamientos, hay un transporte, una limpieza a veces, ¿pero tanto como para que tengan estas subidas espectaculares? En los tiempos que vivimos, parece lógico que proliferen estas iniciativas que, además, tienen unos aires muy sanos y ecológicos. El consumidor deja de comprar alimentos que han perdido muchas de sus propiedades en el camino, algunos llegan al consumidor incluso hasta cerca de un mes después de haberse recolectado. Además compra sin tan siquiera salir de su casa; elije productos de cuya procedencia no hay duda, los precios incluso son más estables, tiene la garantía de la frescura, hasta hay un componente de cariño por el agricultor de su tierra y hasta sabe que, en muchos casos, está evitando mucha contaminación de CO2 al evitar que los alimentos viajen de forma absurda de aquí para allá. La eco-agricultura empieza a abrirse mucho camino en nuestra sociedad y esto obligará a medio plazo a cambiar muchos planteamientos actuales.
Yo, desde luego, me apunto a consumir productos fiables, ecológicos si es posible, aunque sepa que eso a veces tiene un coste que gustosamente pago. Lo que no me gusta es lo contrario: pagar mucho por productos a veces malos, muy malos, de origen en ocasiones desconocido, con engaños sobre el origen, a sabiendas de que a quien estoy engordando el bolsillo no es precisamente a quienes se lo curran de verdad.
