Los romanos en Hispania
Una larga paz después de una larga guerra
Tras una larga guerra de conquista que Polibio calificó como "guerra de fuego" en alguna de sus fases, Augusto incorpora las Hispanias al imperio con todas sus consecuencias
Kapuscinsky y tantos otros afirman que lo que no se puede nombrar no existe. Los griegos nombraron las tierras y los paisajes y los romanos marcaron sus límites y erigieron una organización a su servicio. Con la aportación de los dos pueblos que protagonizaron la Antigüedad clásica hay que decir que se sentaron las bases de lo que hoy conocemos como Europa: tanto la Europa política —la Unión Europea— como la Europa de la cultura y su sociedad.
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En las naves de los Escipiones que arribaron a las costas de Emporion en el año 218 a. C., llegaban a Iberia los ejércitos de Roma para tratar de controlar un nuevo territorio inicialmente buscado como objetivo militar por razones diversas y muy complejas, relacionadas con el control del Mediterráneo occidental que los cartagineses les disputaban. Encontraron entonces una tierra poblada por grupos diversos repartidos por su forma de vida en las dos zonas que separa la diagonal imaginaria nordeste-suroeste. Y unos inmensos recursos naturales que merecía la pena explotar.
En la franja ibera, al sur y al este, los romanos encontraron a un pueblo de prácticas urbanas y civilizadas que no tardó en asimilar la cultura que llegaba del otro lado del mar. Por eso fue fácil el primer contacto con Iberia. Sin embargo, solo tras una "guerra de fuego" que duró cerca de doscientos años fue posible la ocupación de la Península que completó Augusto pocos años antes de nuestra era.
Precisamente Augusto, el primero de los emperadores, cerradas las puertas de Jano, pudo desarrollar un programa exhaustivo de romanización en lo que ya eran las Hispanias. Como en otros puntos del imperio, Roma trataba ahora de extender el modelo urbano que constituye una de sus características, entendiendo la ciudad como el lugar donde residen los ciudadanos sujetos de derechos y obligaciones, en muchos casos similares a los actuales. El lugar que ofrece trabajo, ocio y seguridad a sus habitantes.
Con una organización provincial estricta, la legislación municipal establecía además la participación ciudadana basada en los tres pilares que habían sostenido a la República: una asamblea del pueblo, un senado, y unos magistrados elegidos anualmente. Es curioso, porque tal juego institucional había desaparecido del gobierno de la propia Roma.
Así fue como la población, concentrada seguramente en las ciudades cuyas ruinas podemos hoy admirar, se fue sintiendo poco a poco romana.
Rafael Fontán Barreiro es catedrático de Latín y autor de Los romanos en Hispania (Edaf, 2014)