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FINAL DE LA CHAMPIONS | REAL MADRID - ATLÉTICO

Cinco minutos en los que el Atlético tocó una Copa de Europa

La cita más importante en el panorama futbolístico europeo se vuelve a cruzar en el camino del Atlético de Madrid cuarenta años después, tras la dolorosa derrota contra el Bayern de Múnich

La final de la Copa de Europa de 1974 todavía atormenta los sueños y estremece los corazones de aquellos seguidores rojiblancos que vieron cómo se escapaba entre los dedos. El Bayern de Múnich, que más tarde se convertiría en el dominador del paisaje mundial, respiró gracias a un gol del central Schwarzenbeck. Una carambola del destino, jamás olvidada por Luis Aragonés y que, a la postre, marcaría el futuro del fútbol europeo. | Real Madrid - Atlético, la final de la Champions en directo (sábado, 20:45 h)

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15 de mayo de 1974. Estadio Heysel, en Bruselas, Bélgica. Final de la que por aquel entonces era todavía la Copa de Europa, entre el Atlético de Madrid de Juan Carlos Lorenzo y el Bayern de Múnich del luego entrenador azulgrana, Udo Lattek. Fin de los noventa minutos reglamentarios sin vencedor. La presión corta el ambiente como una fina y afilada navaja, atenta al descuido de cualquier equipo, los dos huérfanos de ese trofeo. El miedo a perder es más grande. Lo puede todo, mientras los jugadores de ambas plantillas estiran como buenamente pueden para soportar treinta minutos más de agonía.

En la segunda parte de la prórroga, a cinco minutos de la conclusión, el argentino Heredia recibe una falta al borde del área. Casi rozando la línea, sin el más mínimo aviso a la protesta, testigos de un fútbol pasado pero mucho más sano, los jugadores del Atlético y uno en concreto preparan la estrategia. El Sabio de Hortaleza -Luis, para los que le conocían- coloca con mimo la pelota, sabedor de la ocasión. Una falta repetida una y mil veces en su trayectoria, ya en las postrimerías, y con una eficacia comprobada. El balón dibuja una parábola perfecta en el aire, de arriba a abajo, previsora. Apenas un segundo después de contactar, superada la barrera, Aragonés levanta los brazos cuando el cuero sigue flotando. Sabe que es gol, que es el título.

Impedidos por la delicia que les aupaba a la gloría, los jugadores del Atlético continúan en las nubes, saboreando su momento. Gárate, que ya había anunciado su retirada tras la final, les despierta. Les avisa de lo que puede venir. El delantero colchonero esconde el balón en la esquina del córner contrario. Perder tiempo se ha convertido a esas alturas en su principal preocupación, una jugada a la que estamos tan habituados en el fútbol moderno. Con el cuero entre sus pies percibe que el tiempo pasa, el cronómetro no se detiene y ya marca el minuto 119. La copa se encuentra a la vista.

Tras una última intentona, el balón sale despedido a campo del Atlético. Sin tiempo para reaccionar, agotados ante el esfuerzo, los jugadores rojiblancos ven como recibe el balón Beckenbauer. El capitán de la ingeniería alemana está en el centro del campo y deposita su último aliento en las botas de su compañero de zaga, Georg Schwarzenbeck, con nombre igual de largo, pero menos señalado en los medios. Ante una defensa ya muy replegada, el gigante alemán camina unos metros decidido y, sin pedir permiso, golpea de forma violenta el esférico. Treinta metros sin que ninguna pierna cambiara la historia, tampoco la estirada de Miguel Reina.

La Copa de Europa se había escapado en el descuento y el Bayern, vivo con ella. Los gestos y las caras de los jugadores colchoneros escenificaban y ponían rostro a tantos sentimientos: tristeza, desolación, ira, incredulidad... La final dependía de un segundo partido, ausente de los fatídicos penaltis. Aunque claro está, el factor anímico ya había decidido. Dos días después con sus dos noches incluidas, con los hombres de Vicente Calderón en vela, abrumados por lo que podía haber sido y no fue, se jugó el desempate.

Lastrados por las ausencias del importante Jabo Irureta, sancionado con una amarilla en el anterior encuentro, y de José Ufarte, con molestias, el Atlético salto al campo en cuerpo, faltaba el alma. Resistió media parte. A diferencia del primer partido, con poco ritmo, donde Aragonés y compañía fueron merecedores del premio; en la repesca, los alemanes se llevaron todas las manos. Sin embargo, lo mínimo es reconocer al conjunto del Manzanares su entrega, disponiendo de oportunidades para haberse adelantado o por lo menos empatar el primer gol de Hoeness.

A la vuelta de los vestuarios, los teutones ya superaban como flechas a los españoles, mermados física y mentalmente. El martirio que se avecinaba, la lluvia de goles, hizo aún más doloroso el golpe del primer partido. Torpedo Muller, en dos ocasiones y otro gol de Uli Hoeness para cerrar su doblete, apuntaron una goleada que, vista en perspectiva, pudo ser hasta 'impertinente'. El equipo dominador en España a principios de los 70' con dos Ligas (69-70 y 72-73) y una Copa (72) en el intervalo de cuatro años, se volvía sin nada. Despojados de la 'orejona', con la amargura representada en el capitán y yerno de Calderón, Adelardo: "Esa espina clavada te dura toda la vida".

Ese último minuto en el descuento de la prórroga, desmigajados segundos de inspiración de Schwarzenbeck, insufló una confianza en la apisonadora alemana que la convirtió en un panzer. Un arma de guerra imparable que asoló el continente y amenazó al planeta entero. Se había formado el Bayern de las tres Copas de Europa seguidas, sucesor de los tres títulos consecutivos del genial Ajax de Cruyff y Neeskens. Signo inequívoco de la mejora del fútbol germano, profesionalizado y preocupado por la técnica. Maier, Breitner, Beckenbauer, Schwarzenbeck, Hoeness y Muller, la columna vertebral no solo del equipo bávaro, sino también de la Alemania Federal. La que se había originado en la Eurocopa de 1972, ganada curiosamente en Heysel y que meses después de derrotar al Atlético expandiría su dominio al Mundial de 1974.

Ante la renuncia del equipo muniqués, con jugadores casi aborrecidos de tanta victoria, el Atlético se llevó la grata sorpresa de un título inesperado: la Intercontinental. Una victoria sobre Independiente de Avellaneda que lo elevó al único equipo con este trofeo sin que medie Copa de Europa alguna.

"Una consolación menor", pensarán muchos, a tenor del sufrimiento vivido. Tras un camino perfecto en Europa, invicto ante Galatasaray, Dinamo de Bucarest, Estrella Roja y Celtic de Glasgow, los gladiadores de Calderón rozaron la inmortalidad en 1974. Un día inolvidable, de emociones tan fuertes como las vividas por Luis Aragonés. De la máxima alegría, a la mayor tristeza. Un gol recibido que obsesionó al Sabio, hasta el punto de trasformar su mentalidad. "Las finales no se juegan, se ganan", herencia de un discurso pensado para devolver el impacto y lograrlo con la selección española, precisamente contra los alemanes. Pero sobre todo, una recompensa que, en el año de su muerte, puede saborearse desde la corriente del Cholo Simeone y sus muchachos.

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