Rabia y desánimo

Madrid

La imagen de agentes de la Agencia Tributaria registrando el domicilio de Rodrigo Rato en Madrid es una imagen muy triste. Necesaria, seguramente, puesto que se trata de averiguar de dónde salió el dinero que Rato regularizó en la amnistía fiscal de 2012, pero triste, porque se trata de una persona que ocupó altísimas responsabilidades en España y que fue el primer español nombrado director gerente del Fondo Monetario Internacional.

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Saber que Rodrigo Rato ocultó dinero al fisco español produce rabia, pero también un profundo desánimo. El desaliento que produce constatar que destacados miembros del entramado político y económico-financiero de este país son personas que parecen no haberse planteado nunca dudas o recelos sobre qué cosas son morales o justas. Como escribió el periodista Velázquez-Gaztelu, la mayoría de esos personajes no son particularmente inteligentes ni particularmente tontos, lo que son es personas carentes de escrúpulos, que no creen que tengan que someterse a las normas que rigen para el común de los ciudadanos y que, al menos, en parte, han conseguido ese trato excepcional muy frecuentemente.

Estaría bien que esa voluntad de suprimir excepcionalidades en el campo de la Hacienda Pública se aplicara con la máxima energía y, sobre todo, que no se quede reducida a una especie de escarmiento en la persona de Rodrigo Rato. Al fin y al cabo es, y ha sido, esa mentalidad, y no una única persona, la que ha supuesto un lastre para la modernización económica de España.