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¡Ni que fuera Osuna!

Don Mariano Téllez-Girón, Duodécimo Duque de Osuna

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Madrid

Ochocientos cuarenta mil reales es la cifra. El máximo contribuyente de la Hacienda Pública, por delante de la casa de Medinaceli y la de Alba. Necesitamos un dato más: 620 millones de reales es lo que ingresaba entonces Hacienda. Imaginen pues cuál era mi fortuna.

Y eso que no era yo el que estaba llamado a heredar, pero mi padre y mi hermano mayor fallecieron casi a la vez, de manera que a los treinta años tenía catorce grandezas de España, cuatro principados, medio centenar de títulos de nobleza y una renta anual fabulosa.

Podía haber recorrido media península sin salir de mis tierras...Pero además, podía ir de Madrid a Rusia y dormir en casas de mi propiedad. Siempre listas: comida, cama e incluso carruajes. Ordené que mis casas siempre estuvieran abiertas, con comida y camas preparadas. Daba igual que yo estuviera a kilómetros. Daba igual que yo fuese embajador en San Petersburgo, como ocurrió después.

Así, podían ir sin avisar mis amigos aunque yo no estuviera. Así era que mis criados eran los mejor pagados y que incluso hice un hospital para ellos y sus familias. El dinero no me importó: me vino dado. Tanto es así que decliné mi salario como embajador, porque yo poseía más dinero. Y las fiestas, de leyenda, que luego les narraré, que organicé en la embajada corrían de mi cuenta.

Viví tan intensamente que apenas dormía, apenas paraba y me cambiaba unas seis o siete veces al día de ropa: siempre ropa de estrena, siempre nueva. El dinero se iba en cosas dispares: las casas, la ropa, las fiestas, los detalles, las flores para las damas, los abanicos antiguos, los trenes especiales para llevarle al zar todo aquello que se le ocurría...o para mí mismo...como cuando vi aquella corbata que lucía mi invitado: dijo que había sido comprada en Francia y para allá mandé a un sirviente, a París, en tren, para comprarme una idéntica.

¿Caprichos? Capricho se llama el nombre del parque donde todavía quedaba un pequeño palacete de mi familia, de mi linaje. Poco a poco se fue perdiendo todo. Ahora es del Ayuntamiento de Madrid.

Duque de Osuna

Duque de Osuna / .

  • ¡Ni que fuera osuna!

Era pelirrojo, prácticamente calvo, con pecas y además mis palabras no parece que entretuvieran demasiado a quienes me rodeaban, pero qué más daba eso. En una ocasión, una dama perdió un pendiente en medio de una partida de cartas. Prendí varios billetes y con la hoguera, buscamos el pendiente. Extravagancias de dandi, decían, pero todos venían a mis fiestas.

Pretendí a muchas mujeres, bueno...saben ustedes que un caballero no cuenta jamás este tipo de asuntos. El caso es que una hija de Conde me rechazó por aburrido, quedando poco satisfecha con el envoltorio que era lo que a mí me sostenía.

Fue en Viena donde encontré la mujer con la que casarme: María Leonor Crescencia Catalina de Salm-Salm. Era yo veintiocho años mayor que ella, y resultó ser más ligera de cartera que yo todavía, de manera que los que nos llevaban la renta nos empezaron a advertir. Bravo Murillo determinó que había que reducir gastos, algo impensable y además, imposible, así que mi solución la encontré en los créditos.

Representando a la corona española en una boda, en Alemania, decidí que ya no debía regresar a España. Me refugié en mi castillo belga y allí llegó mi hora. Todo fue sacado a subasta pública. Mi buena esposa no pudo ni pagar mi féretro, que encargó y que se realizó, como yo quería: con más de dos mil palabras grabadas que registraban todos mis títulos...

En treinta y siete años acabé con la fortuna y además, dejé una deuda que multiplicaba varias veces aquella herencia recibida. Entonces, nació la leyenda.

Adriana Mourelos

Adriana Mourelos

En El Faro desde el origen del programa en 2018. Anteriormente, en Hablar por Hablar, como redactora...

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