Peajes
Rescatar las autopistas parece una operación más destinada a tapar las responsabilidades de su construcción, que a asegurar un servicio público que la propia ciudadanía rechaza
Almudena Grandes: 'Peajes'
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Madrid
Lo recuerdo como si lo hubiera escuchado esta misma mañana, en este mismo programa, el Hoy por Hoy que dirigía entonces Iñaki Gabilondo. En una fecha de junio de 2003 que es lo único que no puedo fijar con exactitud, Rafael Simancas prometía que su gobierno no invertiría ni un céntimo en nuevas autopistas de peaje. Eso escuché unas horas, quizás unos días, antes del “tamayazo” que llevó a Esperanza Aguirre a la presidencia de la Comunidad de Madrid.
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Esas son las autopistas que se hicieron, quebraron y ahora se pretenden rescatar. Para los que no vivan en Madrid, diré que su quiebra es una consecuencia directa de su inutilidad. Las radiales suponen un paréntesis que no elimina los atascos, sólo los acorta durante unos cuantos kilómetros, y en el camino de vuelta, a menudo desembocan en un atasco peor, aunque más próximo al centro. Muy pocos pagan por eso, y muy pocos lo harán en el futuro. Destinar miles de millones a mantenerlas en funcionamiento supone un carísimo homenaje a la cultura del pelotazo, que hizo millonarios a unos pocos, con el dinero de todos, a costa de proyectos descabellados e innecesarios.
El gobierno afirma que se trata de una obligación, pero tiene otras mucho más urgentes que ignora desde hace años de forma sistemática. Rescatar las autopistas parece una operación más destinada a tapar las responsabilidades de su construcción, que a asegurar un servicio público que la propia ciudadanía rechaza. Deberían abandonarse para convertirse en un lugar de memoria, que recuerde a las generaciones sucesivas lo que nunca se debe hacer.