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Cuando tu banda favorita te traiciona

Las críticas de los fans de Arctic Monkeys a su último trabajo nos llevan a reflexionar sobre la necesidad de evolucionar en la música a pesar de la decepción que pueda generar

Alex Turner, cantante de los Arctic Monkeys durante una actuación en Brasil en 2014 / GETTY IMAGES

Madrid

Cada cierto tiempo pasa lo mismo, un grupo cambia y sus seguidores se vuelven en su contra. Hace más de 50 años a Bob Dylan lo abuchearon en cada teatro inglés cuando presentaba a su banda de rock y cambiaba la guitarra acústica por la eléctrica. “Judas”, le gritaron en Mánchester aquella primavera. “No te creo, eres un mentiroso”, contestó el músico de Duluth antes de tocar la versión más salvaje de Like a Rolling Stone.

La desilusión que provocó el Mesías de la canción protesta se ha venido repitiendo a lo largo de la historia y ahora, con las redes sociales, esas explosiones de rabia son públicas, instantáneas y globales. Los últimos en decepcionar a sus fieles han sido los Arctic Monkeys. Los ingleses, tras cinco años sin grabar un disco, regresaron la semana pasada a las tiendas con un álbum diferente en el que las guitarras, marca de la casa, han perdido todo el protagonismo. Las reacciones han sido virulentas y desde todos los rincones del planeta. “Parecen Cohen”, “Se creen Bowie”, “Menudo montón de mierda” he escuchado y leído estos días.

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Lo cierto es que a los seguidores de un grupo no nos gustan los cambios. Nos gusta, cada cierto tiempo, recibir nuestra dosis de la misma medicina. Sin grandes alteraciones, más de lo mismo y a poder ser mejor. Nos cuesta entender que las bandas renuncien o se alejen de lo que nos conquistó. “Siempre he ido por delante de mis fans y siempre he encontrado rechazo por su parte”, escribía Mark Everett, cantante de Eels, en sus aclamadas memorias.

Cambiar o evolucionar conlleva sus riesgos, pero la música, como todo arte, debe avanzar. Resulta lógico que los chicos de los Arctic Monkeys, tras doce años de carrera, necesitasen hacer algo diferente. Ellos, como artistas y como personas, no son los mismos y como tal se entiende que sus canciones tampoco lo sean. Y, a largo plazo, todo cambia. David Bowie y sus distintas etapas son una buena muestra de ello, pero también los Beatles, la banda como más seguidores de todos los tiempos. El grupo de Liverpool evolucionó y mutó mucho en muy poco tiempo. Su música de 1962 prácticamente no tenía nada que ver con la de 1967. En cinco años habían pasado de querer cogerte de la mano a cantar a la revolución.

Querer cambiar y crecer como artista no implica que aciertes en esos cambios, evolucionar implica arriesgar y esto, a su vez, la posibilidad de fracasar. Pero cambiar resulta necesario siempre. Si los Beatles o Dylan no hubieran tomado riesgos, la música hoy en día sería muy diferente. Ellos, cambiando las reglas y rompiendo las expectativas, hicieron que la música avanzase ignorando lo que su público demandaba de ellos. Y eso, amigos, es valentía y es digno de aplauso. Teniendo el camino fácil señalado por millones de personas apostaron por otro, más oscuro e incierto y también más divertido.

Pero los cambios duelen e irritan cuando no obtenemos lo que anhelamos. Más, cuando (como en el caso de los Arctic Monkeys) el tiempo ha disparado las expectativas. Ante estos cambios lo mejor es algo que hoy escasea, la paciencia. La banda de Sheffield ha tomado su tiempo en hacer este disco, sus seguidores lo han destrozado sin terminar la primera escucha. El tiempo es lo que colocará estas canciones en su lugar. Muchos discos que hoy son clásicos y eternos fueron destrozados en sus primeras críticas. Un caso curioso es el de NYC Ghosts & Flowers, el disco que Sonic Youth editó en el año 2000 y que recibió un 0,0 en la crítica de Pitchfork. Trece años después Brent DiCrescenzo, autor de esa reseña entrevistó a Thurston Moore, cantante de la banda, y le pidió perdón. “Le dije que lo sentía y que ahora adoraba ese disco”, recordaba el periodista en Slate. Ya ven, la vida da muchas vueltas e igual muchos nos acabamos arrepintiendo de esos gritos de “Judas”.

 
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