Donald Trump, los niños de la frontera y 'El cuento de la criada'
La política de "tolerancia cero" con la inmigración de EEUU ha provocado la separación de más de 2.000 familias
Madrid
Cuando Margaret Atwood escribió en 1985 la dolorosa distopía de El Cuento de la Criada no podía imaginar que cuarenta años después un tipo como Donald Trump gobernaría en Estados Unidos. No podía imaginar entonces la escritora canadiense lo mucho de real que tendría su terrorífico relato, tampoco que tantos años después se convertiría en un fenómeno televisivo. Pero mucho de lo que escribió Atwood ha terminado sucediendo.
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Viendo la ficción de Hulu, emitida en España por HBO, uno se siente tocado por el dolor de las mujeres esclavas de Gilead, pero se consuela pensando, quizá ingenuamente, que algo así no podría ocurrir en un país como EEUU, en un mundo tan conectado como el que hemos creado. Tiende a pensar que el resto de países y de organizaciones internacionales, creadas tras el horror de la II Guerra Mundial, no lo permitirían. Ese consuelo, que hace más llevadero el visionado de la serie, ya tampoco sirve.
En Gilead, ese país ultrareligioso que sustituye a EEUU, los niños son separados de sus padres y entregados a familias que no pueden tener hijos. Al margen de que eso ya ha sucedido a lo largo de la historia, incluso en nuestro país, algo diferente pero igual de cruel lo estamos viendo y viviendo con parsimonia estas mismas semanas en la frontera que separa EEUU de México.
La imagen de niños, algunos muy pequeños, encerrados en la frontera con México llorando desconsolados ha dado la vuelta al mundo. La imagen duele, pero el sonido impacta todavía más. Jeff Sessions, máximo responsable de Justicia de la administración Trump, citó a la Biblia para justificarlo, como en Gilead. Cuesta imaginar el dolor de esos padres que tras un largo viaje persiguiendo un sueño consiguen llegar a su destino para ser apresados. Cuesta imaginar lo que deben sentir cuando les quitan a sus hijos y los encierran. Lo que podemos imaginar, porque lo hemos escuchado, es el sonido de esos niños llorando llamando a sus padres, pidiendo ver a mamá sin controlar su dolor, sin entender nada. Algunos, un centenar, no han cumplido si quiera los cuatro años. Niños y niñas que deberían estar llorando en su primer día de colegio y que están encerrados lejos de sus padres por unos tipos que se ríen de la situación y que hablan un idioma que no comprenden.
Lo cierto es que algo así no debería estar ocurriendo en el mundo, en la primera potencia, en ese país comandado por esa figura que el cine coronó como el líder del mundo libre. Pero algo así está ocurriendo, se está retransmitiendo y como en Gilead, el mundo mira con demasiado silencio. Ese argumento que hace llevadera la serie de Hulu, la idea de que la comunidad internacional no permitirá rebasar ciertos límites, ya no vale. El mundo permite más cosas de las que uno piensa. Pero esas fotos, y sobre todo esos sonidos de niños llorando, acompañarán a Donald Trump para siempre.