Las cloacas
No resulta tan fácil sellar una cloaca. Ocurre a menudo que las filtraciones más pestilentes se prolongan durante mucho tiempo
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Vivimos sobre la inmundicia. Por debajo de las calles que pisamos en nuestras ciudades hay un submundo fétido, un conglomerado de desperdicios. Sin ese vaciadero, nuestras alamedas nunca estarían limpias, los semáforos no funcionarían correctamente y los buses nunca serían puntuales.
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Al estado, según dicen, le sucede lo mismo. Para que puedan resplandecer sus servicios parece que es necesario mantener unas cloacas. Esas cloacas del estado que cuentan que manejaba a su antojo el ya célebre comisario José Manuel Villarejo.
Lo peor de los sistemas de acumulación de residuos es cuando se vuelven obsoletos y hay que clausurarlos. Y ahí tenemos el ejemplo de Villarejo. Fue durante muchos años un perfecto vertedero de inmundicias para diversos gobiernos hasta que el año pasado se clausuró el basurero y Villarejo ingresó en la cárcel.
Pero no resulta tan fácil sellar una cloaca. Ocurre a menudo que las filtraciones más pestilentes se prolongan durante mucho tiempo.