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No tenemos por qué aceptar es que el PP intente convencernos de que Vox no es un partido de extrema derecha
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Las elecciones andaluzas han tenido cuatro perdedores y un ganador. Por más que haya quedado en quinta posición, el éxito de Vox es tan aplastante como imprescindibles son sus escaños para configurar el primer gobierno andaluz de derechas de la democracia. Lo que no tenemos por qué aceptar es que el PP intente convencernos de que Vox no es un partido de extrema derecha. No es sólo que Marine LePen, Steve Bannon y el presidente del Ku Klux Klan se hayan apresurado a celebrar el triunfo de Santiago Abascal como propio. Basta con entrar en la web de Vox y leer su programa, que preconiza la disolución de las autonomías, la recentralización del estado, la recuperación de una soberanía que pasa forzosamente por el abandono de la Unión Europea, la imposición de la moral tradicional católica, el cierre de mezquitas, la expulsión de inmigrantes y el cultivo a ultranza del patriotismo, entre otras medidas, para comprender que nos hallamos ante un partido orgullosamente ultraderechista. Una vez establecido esto, conviene recordar las señas de identidad de la extrema izquierda, con la que, según Pablo Casado, ha pactado Sánchez. Que yo sepa, ninguna fuerza parlamentaria en España exige la abolición de la propiedad privada, la colectivización de los medios de producción, la nacionalización de la banca y la dictadura del proletariado, y ese es el programa de la extrema izquierda de toda la vida. Hablemos, pues, con claridad. Al pactar con Vox, Moreno Bonilla pactará con la ultraderecha. Tiene derecho a hacerlo, pero los argumentos con los que intenta engañarnos ofenden a nuestra inteligencia.