La hora de Venezuela
Venezuela no puede arreglar sus problemas en ocho días de plazo, pero no hay otra vía que unas elecciones con garantías democráticas.
La hora de Venezuela
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Primero se fueron los ricos: a Madrid, a Miami, a Bogotá. Luego, las clases medias, los profesionales jóvenes. En los últimos años, cualquiera acuciado por el hambre o la falta de medicinas, o por la represión política. Se van con lo puesto. Las remesas de dólares, pesos o euros que envían son la salvación de las familias que se quedan: ese dinero que sirve para sortear la hiperinflación, o esos paquetes con alimentos o suministros imposibles de encontrar en las tiendas o en los hospitales.
El padre de Juan Guaidó, autoproclamado presidente interino, es uno de ellos: piloto de aviación, conduce ahora un taxi en Tenerife. Muchos de los que se van pueden hacerlo gracias a que sus padres, o sus abuelos, emigraron en su momento a Venezuela: entre ellos tantos españoles, tantísimos canarios, que huían a su vez del hambre, o del franquismo, o sencillamente buscaban algo mejor en un país lleno de oportunidades...
Hoy, en Caracas, hay una nueva profesión: cuidador de las viviendas vacías que dejan los que se van. Son entre tres y cuatro millones. Lo cuenta Martín Caparrós en El País Semanal, en un fresco de voces cuyo hilo conductor es la lucha por la supervivencia.
Venezuela no puede arreglar sus problemas en ocho días de plazo, pero no hay otra vía que unas elecciones con garantías democráticas. Los opositores tienen que aceptar que el chavismo no va a desaparecer de la noche a la mañana, y Maduro tiene que reconocer que no puede perpetuarse haciendo trampas y echando la culpa a Washington, Madrid o Bruselas de la crisis que está diezmando a su país.