El camino que terminó en Collioure
Un recorrido por los escenarios de los últimos días de la vida de Machado en compañía del hispanista Ian Gibson
Un recorrido por los escenarios de los últimos días de la vida de Machado en compañía del hispanista Ian Gibson
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Collioure (Francia)
Tiene algo de turbador visitar aquellos lugares que han sido escenario de determinados acontecimientos históricos. Pero qué culpa tendrá Collioure, un apacible pueblo costero al sur de Francia, de haber sido el último refugio de Antonio Machado, el lugar donde murió a las tres semanas de cruzar la frontera en 1939.
El hispanista irlandés Ian Gibson - que ha dedicado gran parte de su carrera a investigar sobre Lorca y también Machado- acaba de publicar en Espasa ‘Los últimos caminos de Antonio Machado’, un libro que repasa los años finales del poeta de cuya muerte se cumplen ahora 80 años.
Con Gibson recorrimos este lunes los escenarios de los últimos días de Machado: el paseo marítimo, el hotel en el que se alojó con los suyos, la plaza en la que los ancianos del pueblo juegan hoy a la petanca y el cementerio en el que reposan sus restos junto a los de su madre, Ana, que murió dos días después que su hijo.
“Llegó a Collioure destrozado, después de cruzar la frontera”, explica Gibson. El vehículo en el que viajaba junto a su familia no pudo llegar hasta el final del trayecto. El camino estaba repleto de hombres, de mujeres y de niños con sus animales domésticos intentando dejar España atrás.
El poeta, apunta Gibson, “tenía angustia por su madre - que le acompañaba en un estado de salud pésimo- y por la República que se perdía. Una República por la que él había luchado intensamente los últimos años”.
El exilio de Machado empezó tres años antes. La cultura, escribía Machado entonces, era un objetivo militar para los fascistas. El Quinto Regimiento tomó la decisión de salvar “la cultura viva de España” y eso incluía a Machado, al que tuvieron que convencer. Aceptó, a regañadientes, con la condición de ir acompañado de los suyos.
Primero se refugiaron en Valencia. Después en Barcelona. Siempre se iba a desgana. “Quería quedarse en Madrid, aceptando lo que ocurriera, pero tenía que pensar en su madre. Si no es por ella, Machado se queda. También estaba el temor a que la gente pensara que había en él algo de cobardía. Aceptó irse por su madre. Dijo varias veces que hubiera preferido morirse en España que irse al exilio”, explica Gibson.
Cuentan que para su salida de Barcelona, cuando la caída de la ciudad a manos de los sublevados era inminente, se puso su mejor traje. Empezaba otro camino, sin maleta, ligero de equipaje, y quién sabe si con o sin las cartas de Guiomar -en realidad Pilar de Valderrama- por la que Gibson no puede evitar sentir cierta inquina por haberse desprendido de la mayor parte de las cartas del poeta. Ella, su “amada imposible”- casada, de derechas y católica sólo permitía al poeta mantener con ella una relación no carnal- escribió en sus memorias que de las casi 250 cartas que conservaba de Machado se deshizo de la mayoría y sólo conservó 40.
“Es terrible haber perdido toda esa correspondencia. No le perdono yo a Guiomar si realmente destrozó y quemó 200 cartas de Antonio Machado. Las hubiera podido salvaguardar”, protesta Gibson.
Machado fingía con Guiomar un menor compromiso político del que tuvo a lo largo de toda la guerra. “Él tenía que ir con mucho cuidado con ella, temía perderla. Era su diosa, llevaba esperándola años. Cuando llega ella, en unos segundos o menos, se convierte en su diosa”, y aquí Gibson tuerce el gesto.
La llegada de Machado a Francia fue desoladora. Él llegó enfermo, la madre exhausta. Diluviaba. Se empaparon. Muchos de los que cruzaban la frontera acababan conducidos por los gendarmes a los mal llamados campos de refugiados. Machado se libró de aquello. Acabaron en Collioure. Al llegar, preguntaron a un joven ferroviario por un hotel barato. Les recomendó el mismo en el que él se alojaba, el Bougnol-Quintana. Hoy en día está cerrado pero, a pesar de algunos rumores, el Ayuntamiento de Collioure asegura que no está en venta ni hay ninguna intención de sacar el edificio al mercado.
Pauline Quintana, la dueña del hotel en el 39, simpatizaba con la causa republicana y ayudó a la familia Machado. El ferroviario, Jacques Bailles, acabó por atreverse a preguntar a Machado si era el poeta. “Ese chico había estado estudiando y uno de sus poetas favoritos es Antonio Machado, tenía algunos de sus versos apuntados en un cuaderno y se los lleva. Y le presta libros”, cuenta Gibson.
La salud del poeta fue empeorando. El 20 de febrero de 1939 entra en coma. Murió dos días después. Sus últimas palabras, según su hermano José, fueron “¡Adiós madre!”.
El 23 de febrero fue enterrado en un nicho que proporcionó una vecina. Hoy en día, sus restos descansan en otra tumba, junto a su madre. Para Gibson, lo más adecuado es que Machado siga enterrado en Francia. “Él simboliza a todos los exiliados. España no ha resuelto el tema de la memoria histórica. Hasta que Franco no esté fuera del Valle de los caídos, hasta que no se hayan recuperado las víctimas del franquismo de las cunetas, tiene que estar aquí para que la genta sepa que esto existió”, apunta.
Su tumba está justo a la entrada del cementerio, es fácil reconocerla desde lejos porque está acompañada de banderas republicanas y, a menudo, de flores. También de un buzón en el que algunos dejan mensajes para el poeta. Su tumba es un lugar de peregrinación para muchos, también para estudiantes jóvenes que acuden con sus maestros y le rinden homenaje leyendo poesía.
El lunes también Gibson quiso acercarse a la tumba del poeta. Frente a ella, y visiblemente emocionado, recitó los primeros cuatro versos de uno de los grandes poemas de Machado: “Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla / y un huerto claro donde madura el limonero / mi juventud, veinte años en tierras de Castilla / mi historia, algunos casos que recordar no quiero”.
Emma Vallespinós
Guionista en 'La Ventana'. Coordina la sección dedicada a los libros. Es licenciada en Periodismo y...