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Las danzas de la muerte

La humanidad medieval cristiana consideró la vida terrenal como un simple tránsito hacia la vida eterna. Se familiarizó con ella y la hizo motivo de tabúes y de arte, resignándose ante ella, temeroso y con respeto, y a veces con cierto agrado porque significaba la liberación, la que rompía el atadero que le apartaba de Dios

SER Historia: La muerte (22/09/2019)

SER Historia: La muerte (22/09/2019)

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Madrid

Para comprender el significado y la importancia de las danzas de la muerte hay que conocer el contexto donde se desarrollaron. La Europa bajomedieval de los siglos XIV y XV se caracterizó por las hambrunas y las pandemias. Surge una corriente ascética cuya doctrina fundamental era la presencia constante de la muerte, toda una filosofía de vida que preparaba a “bien morir”. Contribuyeron a generalizarla los sermones y el miedo instintivo a lo desconocido.

Se temía a la muerte, se hablaba de ella y se la representaba. Mientras este proceso vital se producía en Europa, sobre todo en Francia y Alemania, en España, salvo casos muy aislados (como el del arcipreste de Hita), seguía resignada ante el problema y lo hacía tan suyo que no hubo obra importante a partir de la segunda mitad del siglo XIV que, directa o indirectamente, no participara de esa obsesiva preocupación. Un ejemplo literario es Jorge Manrique, autor del poema “Coplas por la muerte del Maestre de Santiago, Don Rodrigo Manrique”, su padre, que constituyen la cima de la poesía castellana del siglo XV. Algunos estudiosos creen que la procesión de la Danza de la Muerte de Verges (Girona) es la celebración más antigua de España, situando sus inicios en 1347.

La Iglesia utilizó el teatro como recurso evangelizador para las clases populares. Con amonestación a lo mundano y una severa moral. El contenido de la danza macabra es bien expresivo: en el momento final todos, con independencia de nuestro rango y dinero, seremos igualados por la guadaña de la muerte. La función pedagógica de la danza subrayaba la importancia de la gloria y la eternidad a través de la perennidad de la vida mortal. Todo se enmarca en un sentido trascendente, dejándonos la triste impresión y seria advertencia de que la Parca no perdona a nada ni a nadie. En la vorágine del baile, la muerte llama a sus invitados donde todas las profesiones y clases sociales participan de la ceremonia, desde papas y obispos hasta agricultores y amas de casa.

En el arte español del barroco, son representativas dos obras de Juan Valdés Leal que las pintó para la Hermandad de la Santa Caridad de Sevilla: “In Ictu Oculi” y “Finis gloriae mundi”, son sus expresivos títulos. Como en las pinturas del género “Vanitas”, aluden a la banalidad de la vida terrena y a la universalidad de la muerte. Dos pinturas a las que llamaron “Los jeroglíficos de las postrimerías”.

 
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