Murillo, el pintor del Siglo de Oro
Bartolomé Esteban Murillo ha sido objeto tanto de valoraciones excesivas como de una infravaloración injusta, según las épocas. En la primera mitad del siglo XIX era mucho más conocido que Velázquez y su fama fue decreciendo progresivamente hasta llegar a identificársele tan solo como pintor de Inmaculadas, ángeles y Vírgenes con Niño
Ser Historia: Murillo (22/12/2019)
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Madrid
En España, tras el Greco, Velázquez y Goya, no hay pintores que puedan considerarse superiores a él. Y en el Siglo de Oro fue el mejor cotizado y valorado.
Murillo queda huérfano muy pronto y se sabe que a los quince años pide permiso para embarcarse y marchar a América. Pero no logra marcharse. Es en ese tiempo cuando inició su aprendizaje artístico en el taller de Juan del Castillo. En 1645 contrajo matrimonio con Beatriz Cabrera Villalobos (que le sirvió de modelo para varias de sus Vírgenes) y su primer encargo importante es de ese mismo año: la serie de cuadros para el Claustro Chico de San Francisco, que contribuye extraordinariamente a darle fama.
Pero llegó un imprevisto. La peste de 1649 diezmó la población de Sevilla e hizo que se redoblasen algunas devociones con títulos tan significativos como las del Cristo de la Buena Muerte y que se fundasen cofradías como la de los Agonizantes. Murillo perdió a tres de sus hijos y a muchos amigos, pero en cambio fue una etapa fructífera a nivel económico pues recibió numerosos encargos por parte de instituciones privadas y eclesiásticas de cuadros y lienzos que indujeran a la devoción.
En 1655 pinta dos cuadros importantes para la sacristía de la Catedral y al año siguiente el Cabildo le encarga el cuadro de San Antonio. Ausentes por entonces de Sevilla tanto Velázquez, Zurbarán y Herrera el Viejo, Murillo se convierte en el gran pintor de la ciudad hispalense. Y sus cuadros no son baratos precisamente. Católico creyente, hijo de su tiempo, Murillo era miembro de la cofradía del Rosario desde muy joven. Tuvo diez hijos y en parto del último, en el año 1663, murió su esposa. No volvió a casarse. Dos años después ingresó en la Santa Hermandad de la Caridad, cuyo presidente, Miguel de Mañara, también le encargó unos cuantos lienzos. También creó una activa escuela de pintura y cuadros de género que reflejaban la pobreza y la miseria de la Sevilla más humilde y menos retratada.
Murillo murió como consecuencia de una caída de un andamio cuando se hallaba pintando los “Desposorios místicos de Santa Catalina” para los Capuchinos de Cádiz. Su vida se extinguió unos meses más tarde, el 3 de abril de 1682 y fue enterrado en la Iglesia de Santa Cruz, de Sevilla, hoy desaparecida por lo que sus restos se encuentran en paradero desconocido.
En el siglo XVIII y XIX, sus cuadros se vendieron a un precio hasta entonces nunca alcanzado por una obra de arte, como ocurrió con la famosa “Inmaculada Concepción de los Venerables” (la misma que había saqueado el mariscal Soult). Se vendió en París en pública subasta en 1852 alcanzando un remate de 615.300 francos oro, cifra que pagó el Museo del Louvre y que era en aquellos momentos la cantidad más elevada jamás pagada por una pintura.