Hasta las guerras languidecen

Galicia

Hay guerras y guerras. Cada vez que Trump pone fin a una de esas que empiezan con un tuit, en lugar de con un misil, como la de Corea del Norte o ahora la de China, simplemente comercial, casi da pena que se acabe. Eso no es guerra ni nada.

Con Irán la cosa prometía, pero justo después de un misil, se desinfló. El mundo va tan mal que hasta las guerras languidecen, salvo que sean locales. En ese caso da gusto. Hace tres meses una amiga encontró un ratón muerto en su terraza. Hizo lo casi razonable: cogerlo por la cola y lanzarlo, por encima del muro, a la terraza del vecino. Dedujo que él lo había lanzado primero. A la mañana siguiente, el vecino le devolvió el cadáver. Ella lo recogió y lo hizo volar, por supuesto, a su terraza. No tardó ni veinticuatro horas en estar de vuelta, puntual. Así durante dos meses.

El ratón tenía cada vez peor aspecto. Un día, el cadáver no regresó y mi amiga, que le había cogido cariño a la guerra, se puso tristísima. Incluso llamó a la puerta del vecino por si estaba muerto junto al ratón