En cada aplauso del futuro se oirá el eco de todo lo que nos está pasando

Barcelona

¿Habéis oído a la gente aplaudir a las ocho de la tarde? Pasa todos los días. Las ciudades resucitan de gente, y las ventanas se encienden con la luz de las lámparas y quien tiene balcón se asoma a él. Los balcones son la libertad condicional de quienes están confinados. Pero lo estamos todos. Al principio pensaba que apaludíamos al personal sanitario, a quienes trabajan en los hospitales, en los ambulatorios y atienden a los enfermos y los cuidan y friegan esos pasillos. Pero enseguida vi que ese salir a la desesperada de todo el mundo hasta el borde de la calle era para abrazar a todos y a todas los que sí traspasan sus ventanas y se van ahí afuera para que nosotros nos quedemos dentro y nuestro quedarnos sea sinónimo de superviviencia. Ya lo dijo Millás aquí en el 'A Vivir...' el otro día: son las cajeras, los tenderos, los basureros...

También nos aplaudimos a nosotros para darnos esperanza. Y ánimo. Cuando todo esto pase y se aplauda normal, por ejemplo al pelotón de la vuelta ciclista pasando por un pueblo, habrá que acordarse de los aplausos de ahora. Pondría la mano en el fuego a que en cada aplauso del futuro se oirá el eco de todo lo que nos está sucediendo. En los aplausos normales de las celebraciones y encuentros de mañana, retumbará el estruendo de este vacío no de calles sino de seres vivos que nos está devorando. Ahora miro atrás en el tiempo y veo a los colegas con un cigarrito entre los dientes tocando las palmas a todo trapo. Yo nunca aprendí a repicar. Taca tacataca. Pero lo intentaba, porque nuestra consigna entonces era tocar las palmas. Era auténtico y nos hacía sentir vivos. Y esas son las palmas con las que yo aplaudo estos días.