Cate Blanchett: "El sistema está roto y no ayuda a nadie"
La actriz y productora australiana denuncia en su nueva serie, 'Desplazados', la deshumanización y falta de transparencia de los centros de detención de inmigrantes y refugiados políticos
Madrid
Se convirtió en la villana perfecta del feminismo sesentero interpretando a Phyllis Schlafly en Mrs. America, y ahora Cate Blanchett vuelve a la televisión como cocreadora de una de las series más duras de la temporada. En Desplazados (Stateless) se reserva un papel secundario, pero ejecuta como productora una historia que muestra no solo las dificultados de refugiados e inmigrantes para llegar a Australia, sino cómo el sistema va deformando a los que creen que están resolviendo el problema.
Una conversación entre la actriz y productora y la escritora Elise McCredie despertó la ambición de unir historias sobre personas atrapadas en el sistema de control de fronteras de Australia. A partir de ahí, y con el caso real de Cornelia Rau como paradigma, una autraliana que fue retenida de forma ilegal en su propio país, Cate y su equipo se lanzaron a una larga investigación de siete años para reflejar la cruda realidad del sistema fronterizo de su país natal.
La miniserie de seis capítulos enfrenta las historias de cuatro personajes muy distintos que conviven en un centro de detención en el desierto australiano. En él, Yvonne Strahovski (El cuento de la criada) se relacionará con una familia de afganos de huye de su país y con los trabajadores del centro mientras trata de recuperar su identidad.
“Quería poner sobre el papel la idea de repensar cómo estamos respondiendo a la crisis de los desplazados. En Australia durante mucho tiempo hemos dado la bienvenida a miles y miles de personas a través de programas humanitarios y generaciones de refugiados y nos hemos dejado llevar por el multiculturalismo. Pero a partir de unas décadas hasta ahora, hemos visto que hay una merma de esos derechos de asilo”, dice la actriz y productora en una entrevista telemática, preocupada por poner el foco en esta situación sin complacencia.
La serie muestra cómo los centros de detención australianos operaban en tierra, a principios de los 2000, una situación que los creadores siempre han visto como un adelanto de lo que ha ido ocurriendo en el resto del mundo desde entonces. “Parece un problema muy específico sobre un momento determinado en el tiempo, pero es un problema global”, asegurando que se puede extrapolar en el tiempo y el espacio. “La serie quiere poner de manifiesto que el sistema está roto y no sirve a nadie. No sirve a las personas que hacen la legislación, no sirve a las personas que tienen que implementar las políticas, no sirve a las personas que son detenidas. No puede ayudar a nadie”, sentencia la creadora, que ha querido mostrar cómo todas las partes implicadas en la ficción acaban perjudicadas.
De esta manera no solo los detenidos, sino que los trabajadores del centro también se ven envueltos en la dinámica de secretos e injusticias que lleva a la deshumanización, a la pérdida de identidad que, dice Blanchett, ha querido reflejar en cada uno de los personajes centrales. “El trauma experimentado por las personas que soportan las maquinaciones diarias de estos grandes lugares es totalmente disfuncional y los daños que deja en cualquiera que entra en contacto con el sistema es inevitable de alguna manera”, dice, asegurando que es lo más revelador para ella.
Después de su presentación en la Berlinale del pasado mes de febrero, Netflix se interesó para la distribución internacional de esta ficción emitida en la ABC australiana, con un mensaje tan exportable como reconocible en muchos países. “A todos los solicitantes de asilo y los refugiados, personas que tienen un derecho humano básico internacional de asilo estatal, los empujaban fuera de la costa. Había niños, había personas que sufrían una extrema persecución y estábamos cerrando nuestras puertas delante de ellos. Y lo que es más inquietante para mí, creo que nadie más está hablando de eso”, denuncia la australiana.
Blanchett habla de “oscuros secretos” para referirse a aquellos procesos a los que los solicitantes de asilo se ven sometidos una vez son detenidos, y considera que la ficción “es un gran foro en el que hablar sobre esas cosas que todos conocemos, pero de los que no podemos hablar en una arena politizada”.
Precisamente de politización sabe bastante, porque desde hace cuatro años fue nombrada embajadora de buena voluntad para los refugiados por las Naciones Unidas. Una circunstancia, por supuesto, que la ha implicado mucho más con la situación de los apátridas. “Creo que el trabajo de un buen embajador es poner una cara humana a lo que está ocurriendo, humanizándolo y afrontando los desafíos desde perspectivas diferentes. Hay muchas maneras diferentes para reconectarse con esos problemas de una manera no politizada”, dice mientras reconoce que estamos viviendo uno de los momentos más duros en este tema a nivel mundial.
Una situación insostenible para la ganadora de dos Oscars, que cree que se ha agravado aún más debido a la pandemia del coronavirus. “Creo que lo que el Covid-19 ha revelado absolutamente es que los sistemas están atrasados, están rotos y, a medida que salimos de este momento de confusión global, debemos pensar quiénes somos y quiénes queremos ser”, asegura, para mandar un mensaje de solidaridad entre países: “este desafío nos debe hacer mejores y más inclusivos”.