¿Una vida?
"No vi a ningún amigo. No vi a ningún hermano. No vi a mi padre. Hubo tres grandes eventos: se rompió un caño de agua en la cocina, se cortó la luz durante ocho horas y se inundó el baño"
Buenos Aires
No voy a comparar mi vida con esto. Ducharse pensando, con repulsión, que el gran plan del día es ir a comprar pescado al barrio chino. Luego, una absurda discusión acerca de cuál es la forma correcta de desinfectar las ruedas del carro de las compras, la noticia de que mi padre tiene hipertensión, la ciudad lenta bajo un cielo celeste que parece vaciarla como una carótida vampírica. Más tarde, el silencio rígido en la cabina del auto, una conversación que a ninguno de los dos le importa, el intento de ser amables, la llegada al barrio chino, la caminata en silencio hasta la puerta del supermercado, una queja desganada por la larga fila de gente en la vereda y, una vez dentro, la contemplación impávida de las verduras, la ausencia de euforia al encontrar membrillos fuera de temporada, el intento de dignidad y compostura en la pescadería ante el abadejo y el mero que parecen sólo carne muerta, la huida en soledad hacia el pasillo de las algas, el miso, los aceites y los condimentos, la evaluación excesivamente larga y sopesada de los precios de la pimienta de cayena, la pimenta verde, la pimienta rosa, el hastío en la fila de la caja para pagar, la ira al salir y ver que de la bolsa de las compras chorrea un agua inmunda por el hielo que alguien puso para conservar el pescado sin que pierda la cadena de frío como si perder la cadena de frío fuera relevante en medio de todo esto, la irritación como una bolsa de sangre en el viaje de regreso mientras afuera nadie se da cuenta de nada, apenas dos humanos dentro de un auto que ocultan con vergüenza la cólera detrás de los matorrales. “Estoy llena de malos sentimientos, mezquinos -escribe Lydia Davis-: rencor hacia alguien a quien, creo, debería querer; rencor hacia mí misma y desánimo respecto al trabajo que, según creo, debería estar haciendo”.
Durante todos estos meses di ciento veinte clases por zoom, tuve veintiocho sesiones con el analista por skype, mantuve cuarenta y cinco reuniones en google meets, respondí treinta entrevistas por zoom, whatsapp y correo electrónico, hice treinta mil abdominales y veinticuatro mil sentadillas mirando la televisión, salí cuarenta y cinco veces a hacer las compras utilizando cada vez un promedio de dos horas que se esfumaron entre hacer filas a la entrada de cada comercio, comprar y luego desinfectar todo, cociné ciento noventa y siete cenas, amasé treinta y dos panes. No vi a ningún amigo. No vi a ningún hermano. No vi a mi padre. Hubo tres grandes eventos: se rompió un caño de agua en la cocina, se cortó la luz durante ocho horas y se inundó el baño.
No voy a comparar mi vida con esto. No voy a llamar a esto “una vida”.




