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Un mal día lo tiene cualquiera

La autocoronación que acabó en guerra

Cuando Fernando VII murió, su hija Isabel era la heredera al trono. Al hermano de Fernando, Carlos María Isidro, esto no le pareció bien y el 6 de octubre de 1833 se autoproclamó Rey de España: así comenzaron las guerras carlistas

Una tradición muy española (y bastante nociva)

Una tradición muy española (y bastante nociva)

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Si hay una cosa con gran tradición en la España moderna es la guerra interna. En el siglo XX sólo hubo una guerra civil, pero fue tan extendida y violenta que dejó al país sin ganas de volver a hacer otra. Eso y la feroz represión de cualquier oposición que hizo el régimen franquista, claro.

Pero el siglo XIX, en cambio, fue un continuo de guerras intestinas. La mayoría de ellas son conocidas como guerras carlistas o guerras carlinas, porque fueron luchadas para poner en el trono a una variedad de pretendientes que llevaban el nombre Carlos. Eso no era porque hubiera una gran legión de españoles que creyesen que ese nombre era mejor que todos los demás, y que, por tanto, debería haber siempre un Carlos en el trono. Fue por una razón incluso más ridícula, visto en perspectiva. Al morir Fernando VII y quedar establecida su hija Isabel como heredera al trono, al hermano de Fernando, Carlos María Isidro, esto le pareció muy mal. Así que el 6 de octubre de 1833 organizó la coronación de otro candidato mejor: él mismo.

Y me diréis que muy bien, ¿pero qué otros principios tenía el movimiento aparte de poner a Carlos en el trono? Pues la verdad es que es un poco confuso, pero básicamente les parecía que la rama principal de los borbones se estaba volviendo demasiado blanda, y que qué eran esas tonterías del parlamentarismo y el secularismo.

Esa primera guerra duró siete años, y tuvo tanto éxito que tuvo dos secuelas y unos cuantos alzamientos. Otra de esas tradiciones tan nuestras.

 
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