'Zalacaín el Aventurero', una de las preferidas de Pío Baroja
Una novela divertida que narra las aventuras de un personaje fascinante en plenas guerras carlistas
Un libro una hora: Zalacaín, el Aventurero - Pío Baroja (8/11/2020)
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Pío Baroja nació en San Sebastián, en 1872, pero vivió casi toda su vida en Madrid. En 1935 ingresó en la Real Academia. Durante la Guerra Civil pasó a Francia, pero en 1940 se instaló de nuevo en Madrid. Murió en 1956.
Miembro de la generación del 98, es el autor de algunas de las novelas esenciales de nuestra literatura como 'Camino de perfección', 'El árbol de la ciencia', 'Las inquietudes de Shanti Andía', 'La busca', 'Mala hierba', 'Aurora roja' o 'El mayorazgo de Labraz', entre otras muchas.
Publicó 'Zalacaín el Aventurero' en 1909, subtitulada 'Historia de las Buenas Andanzas y Fortunas de Martín Zalacaín de Urbía'. Baroja la destacó muchas veces sobre otras de sus obras. Incluso participó en las dos adaptaciones cinematográficas de la novela. Es una novela muy divertida que no da tregua, con un personaje fascinante. Una novela de aventuras en plenas guerras carlistas.
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'Zalacaín el Aventurero' se encuadra y completa la trilogía Tierra Vasca, junto con 'La casa de Aizgorri' y 'El Mayorazgo de Labraz'. Baroja, tal y como indica Jorge Campos, nos deja muestra de rasgos de su carácter: sentimiento vasco, antitradicionalista, entusiasta de la acción, individualismo y anarquía. Esos aspectos personales quedan reflejados en la personalidad del aventurero Zacalaín. Se enmarca en las disputas por la sucesión al trono del reino de España, entre don Carlos y don Alfonso (quien sería Alfonso XII). De ahí que la trama transcurra, casi toda ella, durante la tercera guerra carlista (1872-1876).
La influencia de su padre en la novela
Pío Baroja se sentía muy orgulloso de 'Zalacaín el Aventurero': "Con los datos que pude recoger de viva voz escribí esta novela de aventuras, que creo que es de las mejores y más perfiladas que he escrito".
Los datos recogidos de viva voz, a los que se refiere tienen que ver con las guerras carlistas. Algunos procedían de su padre, que fue corresponsal de La Voz de Guipúzcoa y asistió a unos cuantos episodios de la segunda carlistada que asoló las tierras guipuzcoanas entre 1869 y 1876. Otros son de primera mano: "el recuerdo más antiguo de mi vida es el recuerdo del intento de bombardeo de San Sebastián por los carlistas. Este recuerdo es muy borroso, y lo poco visto se mezcla con lo oído. También tengo la idea confusa de la vuelta de unos soldados en camillas y de haber mirado por encima de una tapia un cementerio pequeño, próximo al pueblo, en donde había un muerto sin enterrar".
En la génesis de la novela está la influencia de su padre Serafín Baroja (liberal, agnóstico y anticlerical como su hijo). En las semanas finales de la guerra civil había visitado, como corresponsal, diversos escenarios bélicos (Hernani, Fuenterrabía, Guetaria, Zarauz, el valle de Eizondo, Ainhoa, Azpeitia, Cestona, Tolosa, Beasaín…) lugares desde los que fue enviando a El Tiempo, el periódico de Madrid, esas crónicas fechadas entre el 10 de enero y el 26 de febrero de 1876, que fueron publicándose según llegaban a la redacción, cuenta Juan María Marín Martínez.
Las guerras carlistas
La mayor parte de la trama del libro ocurre durante la tercera guerra carlista, el último de los conflictos civiles del siglo XIX y, a la misma vez, antecedente a la del siglo XX. Las guerras carlistas tuvieron su origen en un conflicto de carácter ideológico, político y económico. La transición entre la sociedad del Antiguo Régimen y la sociedad moderna se hizo en España de manera lenta y traumática. La España del siglo XIX estaba escasamente industrializada y la mayoría de la población seguía dedicándose a la agricultura. La aristocracia continuaba controlando el poder, mientras la burguesía era escasa y poco influyente. En el terreno ideológico, la Iglesia tenía un enorme peso social, escasamente contrarrestado por los núcleos intelectuales de tendencia liberal europeísta, muy minoritarios.
El enfrentamiento entre los liberales y los tradicionalistas estalló a la muerte de Fernando VII, lo que dio lugar a la Primera Guerra Carlista (1833−1840). El conflicto tuvo una motivación dinástica: la heredera del trono, Isabel II, no era aceptada por los defensores de la Ley Sálica, que impedía reinar a las mujeres. Estos consideraban rey a don Carlos, hermano de Fernando VII, por lo que fueron llamados carlistas.
Pero tras este problema legal se ocultaba el conflicto entre los partidarios del liberalismo, que apoyaban a Isabel II, y los partidarios del Antiguo Régimen, que apoyaban a don Carlos, resumiendo su ideología en el lema Dios, patria y rey. La guerra afectó de manera desigual el territorio español, ya que el carlismo encontró un apoyo entusiasta en las zonas rurales del País Vasco, Navarra y Cataluña, pero no halló eco en ninguna ciudad importante.
A partir del derrocamiento de Isabel II se produjo una rápida sucesión de regímenes que intentaron sin éxito conjugar la estabilidad y el orden con la democracia: el gobierno provisional, el reinado de Amadeo de Saboya, la Primera República, el gobierno militar del general Serrano... En esa coyuntura de desórdenes sociales y de debilidad del gobierno central, la insurrección carlista alcanzó su momento álgido, presentándose como la única garantía frente a la revolución social. Pero, cuando a finales de 1874, mediante un golpe de Estado, el general Martínez Campos proclamó rey a Alfonso XII, hijo de Isabel II, los sectores conservadores que habían coqueteado con el carlismo apostaron por Alfonso XII.
'Zalacaín el Aventurero' es una de sus más amenas y ambiciosas novelas. En cierto modo, en su protagonista hay una recreación del viejo aventurero decimonónico con los modos narrativos del nuevo siglo. A partir de sus brevísimos párrafos, de sus intensas descripciones de tipos y paisajes, de sus hábiles diálogos, de sus aceradas opiniones, Baroja conforma una trama de acción en la que las cosas pasan como si nada, pues en su obra la vida se forma a partir de pequeños detalles, acontecimientos nimios en apariencia que, en el fondo, lo son todo. Martín Zalacaín es uno de los prototipos del hombre de acción barojiano.