El secreto de las cuevas
Las cuevas no solo representan la oscuridad, lo desconocido o lo misterioso; adentrarse en alguna de ellas supone explorar el laberinto de la caverna, pero también nos hace explorar nuestra psique, nuestra capacidad de asombro y de miedo
El secreto de las cuevas
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Madrid
Escribe Juan Gómez, en su obra Las cuevas y sus misterios (2018), que: “entrar en una cueva no es solo retornar al origen como si realizáramos un viaje en el tiempo. También, a nivel psicológico, representa el retorno al vientre de la madre para un nuevo nacimiento; es sumergirse en las sombras para volver a la luz, un renacer quizá como una mente nueva y un conocimiento superior. No existe tiempo, no hay ni ayer ni mañana, puesto que tampoco el día y la noche son en ella diferenciados. En el aislamiento dentro de una cueva, según M. Eliade, reside una «existencia larval», como la del muerto en el más allá. Allí las sensaciones se disparan y también los sentidos; las gotas de agua que golpean el suelo de manera rítmica e incesante, el crujido de las piedras bajo los pies, el rumor de una corriente proveniente de lo más profundo de la tierra, incluso la propia respiración”.
Zeus, Hércules, Orfeo o Mahoma fueron iniciados en cavernas por maestros y escuelas, que las tenían como lugar de encuentro, enseñanza, meditación y ceremonia. También en Oriente la cueva aparece vinculada al simbolismo de la iniciación y a los rituales de muerte y resurrección en el sentido más espiritual.
Las cuevas son el habitáculo de una fauna conocida y biológica, pero también de dragones, hadas, duendes, espíritus, brujas, gigantes, fantasmas y multitud de seres mitológicos que viven en las leyendas y en las supersticiones de muchos pueblos. Y además muchas de esas cavernas albergan tesoros que son buscados durante siglos, aunque no todos son de índole monetaria. El mayor tesoro son las estalagmitas, coladas, columnas y estalactitas, así como las pinturas rupestres que se encuentran en sus paredes y que nos dicen bastante de lo que hacían, comían, cazaban o creían los hombres del paleolítico superior.
Hermosas y encantadoras cuevas -como la de Nerja, la de Rincón de la Victoria o la de Ardales, por citar tan solo tres de las muchas que están ubicadas en la provincia de Málaga- nos enseñan que el hombre primitivo (y no solo hablamos del homo sapiens sino también del neandertal) las conocían, las usaban como vivienda y las pintaban o grababan con seres zoomorfos, antropomorfos o con diseños geométricos, y además las utilizaba a veces como templos, como santuarios donde el chamán hacía sus cánticos y sus ritos más secretos y profundos. En definitiva, el hombre primitivo era capaz de adentrarse en cavernas, cientos y cientos de metros en plena oscuridad, para dejar su impronta artística, muchas veces en lugares imposibles, en localizaciones aparentemente ilógicas donde plasmaban figuras, signos o símbolos de significados desconocidos, que los arqueólogos y antropólogos han intentado datar y descifrar.