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"Sentí un fogonazo y todo envuelto en llamas"

Tres víctimas del 11-M recuerdan el infierno casi un mes después de los atentados

Tres heridos en los atentados del 11-M, dos españoles y una ecuatoriana, rememoran hoy, casi un mes después, la mañana de ese fatídico día, en el que pasaron un auténtico suplicio. Martín José Sanz, párroco en el Hospital Infantil Niño Jesús, de 63 años; Nilsa Arrobo, ecuatoriana de 32 años, cajera en un hipermercado; y Zahira Obaya, de 18 años, dependienta en una tienda, han estado ingresados prácticamente un mes en sendos hospitales, y han narrado a la agencia Efe su experiencia desde la emoción y el dolor.

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Nilsa Arrobo recibió el alta médica el pasado lunes, 5 abril, tras casi un mes en La Paz. La mañana del 11-M viajaba con su hija de tres años, Jennifer, en el segundo vagón del tren que explotó en la estación de Atocha.

La pequeña resultó ilesa, "de milagro", dice su madre, quien ingresó en La Paz con dos costillas rotas y traumatismo torácico que le atrofió un pulmón y que motivó la extirpación del bazo. Nilsa vive en Entrevías con su marido, y llevaba a su hija a un colegio de Lavapiés, para luego acudir a su trabajo en el distrito de San Cristóbal.

"FUE COMO SI ME EMPUJARAN. NO RECUERDO NADA MÁS"

Cuando esta ecuatoriana rememora la explosión asegura que no escuchó ningún ruido: "hubo un apagón de luces y luego fue como si me empujaran y ya no recuerdo nada más". Permaneció cerca de 20 minutos inconsciente y cuando despertó quiso incorporarse pero no podía, su preocupación era su hija, que no estaba allí, así que, cuenta que le han dicho que cogió el móvil a una chica para llamar a su marido y pedir ayuda.

Dice que estaba "desesperada", que no sabía dónde estaba, y que "lo único que sabía era que había perdido a mi hija"; la llevaron al hospital de campaña de Atocha, y de ahí a La Paz, donde despertó a las tres y media de la tarde en la UCI, tras la operación en la que le extirparon el bazo.

No pudo ver a Jennifer hasta cinco días después, y aunque le decían que estaba bien, ella no lo creía. Su hija fue ayudada por un joven que la llevó a una de las vías. A pesar de los atentados, Nilsa dice que no tiene miedo de seguir viviendo en España y relata que ahora se ha dado cuenta de la solidaridad de los madrileños, independientemente de las nacionalidades.

"SENTÍ UN FOGONAZO Y TODO ENVUELTO EN LLAMAS"

Martín José Sanz, navarro de 63 años, cogió el 11 de marzo el tren en Torrejón de Ardoz, donde vive, para ir a su trabajo; aquel día se montó en uno de los vagones que explotó en la estación de El Pozo del Tío Raimundo y en el que perdió el brazo derecho.

Cuando llegaron a la estación de El Pozo sintió "un fogonazo detrás y todo envuelto en llamas" y luego -"pero todo muy rápido", explica-, tuvo la impresión de que "se elevaba y perdía el sentido". No sabe cuánto tiempo estuvo inconsciente, cuando despertó se había caído sobre las rodillas de la chica que tenía delante y no se podía mover ni hablar; cuando pudo incorporarse se echó hacia atrás y entonces se dio cuenta de que "no había asiento, ni respaldo, todo había volado" y vio que le "había volado también el brazo".

Se cayó en el pasillo y cuenta que en ese momento empezó a escuchar el "coro de lamentos de tantísima gente pidiendo ayuda"; a continuación observó a las personas que tenía alrededor, intentó mover a algunas, pero no se despertaban, recapacitó y se dio cuenta de que había explotado una bomba.

Un joven le trasladó a la vía. Recuerda que tenía "mucho dolor y mucho frío" y alguien le puso una chaqueta; en el rato que estuvo esperando, mientras el chico ayudaba a otras personas, explica, les dio la absolución a los cuerpos que estaban por allí, a los que "daba por muertos". Unos policías "enormemente activos", le llevaron a un furgón que le llevó al Hospital Doce de Octubre, donde ayer recibió el alta.

No tiene miedo a seguir viviendo en Madrid y está "deseando" volver a su trabajo en el Niño Jesús, donde lleva nueve años. Cree que podrá hacer sus "faenas como párroco de forma normal", y se ríe al pensar el éxito que tendrá con los niños cuando se ponga "el brazo ortopédico con el garfio".

Zahira Obaya, natural de Tarifa y residente en Madrid desde hace unos años con su novio, trabaja como dependienta en una tienda donde habitualmente tiene el turno de tarde, pero, sin embargo, ese día cambió el turno y entró de mañana. Esa mañana, no recuerda la hora, cogió el tren en Entrevías e iba en el primer vagón del tren de la calle Téllez.

Explica que no oyó ninguna explosión y que al rato, seguramente porque estaba inconsciente, cree ella, se recuerda gritando para pedir ayuda, y entonces entró un hombre "que me dijo que no me preocupase que me sacarían de allí". En esos momentos, relata, "me doy cuenta de que no tengo ningún dolor aunque, no se por qué, sé que he perdido el ojo izquierdo. No se si es porque estaba venga a sangrar o algún otro tipo de sensación o porque no sentía la parte izquierda. Yo sabía que algo me había pasado".

"Cuando viene el hombre y me dice que tranquila que no pasa nada yo misma salgo por mi propio pie del vagón con él y con alguien más. Desde allí me acompañan al polideportivo. Allí yo oía que era una de las más graves. Desde allí me trasladaron al Hospital Clínico San Carlos", donde aún sigue ingresada.

Además de perder el ojo izquierdo, esta joven sufrió daños en la nariz, que le ha sido reconstruida, resultando también afectada en la parte izquierda de la cara, la mandíbula y los oídos. Zahira explica que su estado de ánimo es bueno y que lo que le ocurre es que cuando ve las imágenes se le ponen los pelos de punta. "Ahora tengo el doble de ganas de vivir", añade.

 
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