Mitos y verdades: la vida pública de Jesús
Los evangelios canónicos sostienen que tras se bautizado por Juan en el río Jordán, Jesús comienza su vida pública de predicador
En el primer capítulo concluimos en que los historiadores creen que Jesús de Nazaret pudo ser un seguidor de Juan Bautista. Este profeta, uno de los muchos que ha tenido Israel, se retiró al desierto e inspirado por constumbres orientales vinculadas a la purificación con el agua, comenzó a bautizar.
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Este bautismo con agua del Jordán era el símbolo evidente de la propuesta de hacer penitencia que el Bautista promovía. No se debe olvidar el contexto histórico de dominación romana bajo el que estaba Israel, y la dramática situación social: las familias ricas se habían acomodado con las autoridades, mientras que la mayoría de la gente del campo sufría el peso de la dominación romana. El sistema de recaudación de impuestos para Roma estaba bajo el mando de las familias más ricas, que eran las mismas que oprimían a los judíos más pobres. Esta injusta situación social sirvió para el surgimiento de movimientos rebeldes que habitualmente eran reprimidos de manera sangrienta.
Juan Bautista proponía el regreso a las creencias más firmes del judaísmo y su movimiento no promovía la revolución, sino una conversión espiritual. Es en este contexto y bajo estas consignas que surge Jesús y su mensaje.
Los evangelios relatan el bautismo de Jesús en el Jordán como el inicio de su vida pública y su prédica. Todos los evangelios escritos datan este hecho, incluso los apócrifos. El "evangelio de los ebionitas" y el "de los Nazarenos", no contemplados por la Iglesia, también hablan del hecho, lo que lleva a los historiadores a considerarlo como un acontecimiento altamente posible.
Tras este bautismo, Jesús deja su aldea en Nazaret, lo que significa para él ser despreciado por su propia familia, ya que en aquellos tiempos, de tradición patriarcal, la familia era un núcleo poderoso en el que se cimentaban las pequeñas aldeas de Judea y Galilea. Las fuentes cristianas dicen que se fue a vivir a Cafarnaún, una aldea de pescadores junto al lago de Genesaret.
Desde allí inicia un periplo itinerante para predicar un mensaje nuevo, orientado a los más pobres, a los desplazados, a quienes viven en la miseria, sin derecho a nada. Es curioso que evita entrar en las ciudades grandes, siempre se moviliza por aldeas y pueblos. Algunos historiadores consideran que esta decisión de evitar las ciudades era por temor a ser arrestado por Herodes Antipas, el que ordenó la muerte de Juan Bautista y desmontó varios intentos de rebelión.
Hay coincidencia en que Jesús no fue un hombre ilustrado, de hecho en los evangelios hay menciones al Antiguo Testamento, algo que era muy frecuente entre los rabinos. Jesús predica su mensaje con parábolas, porque es la manera en la que mejor se expresa.
Los evangelios conservan una docena de parábolas atribuidas a Jesús, aunque algunos investigadores creen que al menos cuatro pudieron ser elaboradas en las primeras comunidades cristianas. En el Antiguo Testamento no existe este género literario, que comenzó a utilizarse por algunos rabinos a partir del 70 d.C.
Los milagros y los poseídos
Los evangelios relatan muchas curaciones milagrosas atribuidas de Jesús, ciegos, leprosos, sordomudos... muchos 'mágicamente' sanados por las manos de este profeta.
Los historiadores hacen una aclaración importante. La medicina de Hipócrates había llegado a las ciudades, pero estaba lejos de la población campesina. Eran tiempos en los que la salud era "una bendición de Dios" y la enfermedad "una maldición". Por eso, los enfermos eran despreciados.
Las enfermedades no necesariamente eran problemas físicos en su valoración actual, por ejemplo, la "lepra" no es la que conocemos. Una psoriasis, una reacción alérgica o un brote de acné eran considerados tipos de lepra. Con esto, muchas de las enfermedades estaban vinculadas a los estados de ánimo, a lo que definiríamos como 'psicológicas'.
Jesús tenía poder de convocatoria y sus exposiciones ante la gente eran generadoras de esperanza, por lo que la ilusión que despertaba servía como un estímulo que podía incidir sobre el bienestar en ciertas enfermedades.
Jesús no era el único que tenía fama de "curador": un contemporáneo del que se conserva su biografía es Apolonio de Tiana, un hombre al que también se le atribuían poderes curadores y mágicos, según el relato del filósofo Filóstrato, escrito a finales del siglo II (según relata el libro Jesús, aproximación histórica, de José A. Pagola).
La posesión diabólica, frecuente entre los judíos de aquel tiempo, se atribuye a "estados alterados de conciencia" y sería comparable a la esquizofrenia y la epilepsia, enfermedades completamente desconocidas. La sociedad y los mismos enfermos consideraban que estaban bajo el influjo demoníaco cuando se sufrían brotes psicóticos.