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Mario Monti, antítesis de Silvio Berlusconi

El nuevo primer ministro italiano ha impuesto un estilo diametralmente opuesto al de su antecesor en el cargo

Mario Monti, exalumno, profesor, rector y hasta ahora presidente de la universidad privada, la católica Bocconi, prestigiosa por su facultad de economía, regresó precipitadamente de Berlín a Roma en un vuelo regular de Alitalia la pasada semana. Sin escolta, sin coche oficial ni séquito. En el mismo avión subió a bordo en Milán su esposa Elsa, doctora en ciencias políticas, de 'profesión' voluntaria de la Cruz Roja italiana, con una maleta de camisas y corbatas de emergencia para el marido.

Durante la escala llegaron al pie de la escalerilla un sinfín de vehículos de lujo y de la policía con altos cargos políticos del gobierno de Berlusconi y sus numerosos asistentes, que ocuparon plaza animosamente en primera clase, según testimonio de algunos pasajeros de la de turista. Aquellos vips eran usuarios habituales desde que el abuso escandaloso de los vuelos de estado, una media de 35 cada 24 horas, los desplazó al puente aéreo transalpino.

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La carrera de autos oficiales y sirenas azules se repitió a la llegada a Fiumicino. Pero Mario y Elsa Monti se trasladaron al centro de Roma en un viejo coche que la Presidencia de la República envió al aeropuerto. Desde entonces se alojan en un hotel de precios moderados cerca del Coliseo, el mismo que ocuparon los técnicos y los redactores de la Cadena SER para informar de la muerte de Juan Pablo II y de la elección de Benedicto XVI en 2005.

Quienes conocen bien a Mario Monti aseguran que es cartesiano y brillante. Testarudo y sobrio, añaden. Reservado en la vida personal, discreto en la pública y seguro de sí mismo en la profesional. Jamás se ofreció para cargo público alguno. Aceptó que Silvio Berlusconi le propusiera como comisario europeo con la misma sencillez con la que rechazó que le nombrara ministro de economía en 2008. Sabe escuchar a sus alumnos y da lecciones -si lo considera necesario- al mismísimo Jefe del Estado. "El Presidente debe ofrecer -aconsejó a Napolitano desde las páginas de Il Corriere de la Sera hace pocos meses- orientación al ciudadano y al mundo político aunque no sea su función la guía política del país".

El rector universitario no llega en solitario a la Presidencia del Consejo de Ministros italiano, como podría parecer. Arrastra a numerosos entusiastas, entre otros a los exministros Padoa Schioppa, Carlo Scognamiglio o Emma Bonino; a los empresarios Tronchetti (Pirelli), Profumo (Eni), Marcegaglia (patronal Confeindustria), Corrado Passera (Banca Intesa), todos ellos exalumnos destacados de la milanesa Bocconi que ahora manda vía a los ministros de Berlusconi.

Giorgio Napolitano, con la elegancia dialéctica que caracteriza a este 'viejo y comunista' según definición del Cavalliere, había recriminado en público en Parma, ante Mario Monti pero sin citarlo, que "la indiferencia de notables expertos económicos amenazaba el desarrollo europeo". Finalmente el profesor, moderado católico practicante, ha renunciado a su docencia de clausura entre los muros de su universidad ante el riesgo que "Italia pase de ser país que funda la Unión -reconoce Monti- a país que hunda Europa".

Sin embargo, el tándem del comunista Napolitano con el católico Monti no es una excepción de buena entente en la historia democrática de Italia en tiempos de emergencia. Ya el democristiano Degasperi, primer jefe del gobierno en la posguerra, y su vicepresidente comunista Togliattti tuvieron que pedalear juntos en tiempos difíciles, al mejor estilo de las novelas que ambos inspiraron al escritor Giovanni Guareschi, las del cura con sotana Don Camillo y el alcalde rojo Don Peppone.

 
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