El Museo de la Paz de Hiroshima recibe cada año más de un millón de visitantes que quiere ver cómo fue la caída de la bomba atómica. La localidad de Borja se ha convertido de la noche a la mañana en el pueblo más conocido de este verano gracias a la peculiar restauración del eccehomo. Turistas de toda Europa esperan con impaciencia a que el volcán de la isla de El Hierro vuelva a entrar en erupción. Estos son algunos ejemplos de lugares que podrían haber pasado desapercibidos pero que, sin embargo, acumulan miles de visitantes por desastres naturales o humanos. Los fenómenos naturales, las catástrofes humanas, las guerras o los fallos artísticos pueden hacer que un sitio completamente desconocido se convierta en un lugar de culto para el turismo. El pueblo zaragozano de Borja es ahora un municipio famoso gracias a la curiosa restauración del eccehomo que llevó a cabo Cecilia, vecina y artista del municipio que decidió rehabilitar un fresco del siglo XIX. Los medios de comunicación dieron a conocer la noticia de la defectuosa restauración, las redes sociales estallaron con la nueva creación y medios internacionales como Al Jazeera emitieron incrédulos la noticia. Días después se crearon plataformas para que el «Ecce Mono», nombre con el que se conoce ahora el fresco de Elías García Martínez se conservase con su nueva forma. Ahora Borja es una localidad de peregrinación tanto para investigadores artísticos como para curiosos que buscan fotografiarse con el Cristo restaurado. Algo parecido pudo suceder con la torre de Pisa. Esta torre es mundialmente conocida por estar inclinada. La estructura arquitectónica fue diseñada para permanecer vertical, sin embargo, una serie de errores constructivos y de contratiempos en los cimientos de la forma han hecho que la torre se haya ido inclinando de norte a sur. Para solucionar este problema (que a la vez hace que esta torre sea única) ingenieros y arquitectos han tenido que idear un «puzzle» de contrapesos para asegurar que no se venga abajo. La torre será estable durante los próximos 200 años aunque mantendrá aquello que la distingue de las demás: una inclinación hacia el sur de casi 4 metros. Los volcanes atraen a la gente Las erupciones volcánicas también son un fuerte reclamo para el turismo. Cuando el impronunciable volcán islandés Eyjafjallajökull entró en erupción se hizo mundialmente conocido por varias razones. Lo más llamativo fue la nube de cenizas que expulsó el gigante islandés. La mancha blanquecina cubrió durante varias jornadas Islandia y se desplazó hacia Europa, esto hizo que se formase un gran caos aéreo y que millones de pasajeros se quedasen en tierra. Pero, como suele suceder en estos casos, mucha gente aprovechó para embadurnarse de cenizas del volcán que parecía nieve y fotografiarse. Si este volcán no hubiese despertado casi nadie conocería su existencia. Las sucesivas y prolongadas erupciones del volcán de la isla de El Hierro han hecho que mucha gente planifique sus vacaciones a tierras herreñas teniendo en cuenta las previsiones de movimientos sísmicos. El Gobierno de Canarias emitió una información no contrastada en la que indicaba que, de nuevo, el volcán submarino iba a entrar en erupción. Cuando los medios de comunicación dieron a conocer las noticias los teléfonos de hoteles y apartamentos de la coqueta isla no pararon de sonar, todo el mundo quería vivir en directo la furia del volcán. Sin embargo, al día siguiente, se desmintieron las informaciones. La mancha blanca que se había avistado tenía su origen en un simple reboso del mar. Inmediatamente se anularon el 70% de las reservas. Turismo macabro Si no ha pasado el tiempo suficiente para que se cierren las heridas, visitar la isla del Giglio para ver los restos del Costa Concordia puede sobrepasar el límite de la curiosidad para convertirse en macabro. Durante todo este verano, cientos de visitantes han acudido a esta pequeña isla del mar Tirreno (donde se han triplicado los viajeros) para ver los restos del naufragio en el que murieron 30 personas y 2 continúan desaparecidas. Los habitantes de la pequeña localidad están muy molestos con la gente que llega al pueblo, se hace una foto frente al crucero incrustado en las rocas y se va. No entienden por qué una tragedia humana de estas características llama más la atención del viajero que sus playas o su gastronomía. Las guerras también generan mucho turismo (macabro e histórico a partes iguales). Hiroshima recibe cada año más de un millón de visitantes que desean conocer de primera mano cómo fue el desastre de la bomba atómica. En 1955 se fundó en la ciudad japonesa un Museo Memorial de la Paz de Hiroshima. Allí los turistas pueden ver los estragos que causó la bomba, fotografías, declaraciones, maquetas que recrean los momentos anteriores y posteriores al impacto atómico, relojes que se pararon a las 8:15 horas, instante en el que se detuvo el tiempo y comenzó el horror. La localidad zaragozana de Belchite acoge también a muchos visitantes cada año que quedan fascinados al ver cómo se mantienen en pie estructuras acribilladas a balazos durante la Guerra Civil. Visitar el pueblo viejo de Belchite compunge al que observa y hace reflexionar. Lo mismo ocurre con el municipio vasco de Guernica. Visitar Chernobyl es hacer turismo radioactivo. En el 25º aniversario del desastre de la central nuclear ucraniana el Gobierno aprovechó para hacer visitable la zona desolada. Durante la excursión «al corazón de la tragedia», que es como lo denominan los coordinadores, el turista puede fotografiarse frente al reactor número 4, desencadenante del accidente mortal. Los curiosos pueden ver el paisaje yermo e inhóspito, pueden ponerse trajes anti radiación... pero no pueden salirse del itinerario marcado, beber alcohol o encender hogueras. Según fuentes ministeriales las zonas elegidas para la pintoresca excursión son de radiación mínima, no obstante, ecologistas de todo el mundo han puesto el grito en el cielo ya que según las mediciones radioactivas caminar por esos parajes es como hacerse una radiografía.