El éxito de lo sencillo
Un joven viticultor riojano ha logrado colocar su vino en algunas de las mesas más exquisitas del planeta
Pedro Balda elabora vino sin aditivos y con un proceso totalmente natural que se vende ya en ocho países. La viña es vieja, de cepas retorcidas, piedra suelta. Desordenada. Casi se diría que caótica. "Un bendito caos", dice Pedro Balda, que es quien se encarga de ella y quien ha encontrado un tesoro en sus cepas. Este viticultor de 31 años se fue a aprender los secretos del vino por el mundo. A su regreso, tras haber aprendido en Australia de los mejores, le sobraban 1.500 euros y pensó en invertirlos para experimentar. Recordó aquella vieja viña que plantó su abuelo y que heredó su padre en el pueblo, en San Vicente de la Sonsierra (La Rioja): "Sabía que daba buena uva y que se podía hacer algo con ella". Pero ni de lejos imaginó que su vino acabaría en los restaurantes de Japón a 200 euros la botella. "No me imaginaba ni que lo iba a poder vender".
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El secreto es una vuelta a los orígenes. Vino sin aditivos. Uva, barrica y botella. "Bueno, le añado clara de huevo de las gallinas camperas de mi tía, para aclararlo", añade Balda, que no se dedica en exclusiva a esta ventura: su trabajo principal es investigar en la Universidad de La Rioja.
El regreso a la tradición se da incluso en la vendimia. "Nos juntamos los amigos y la familia, la verdad es que bastante gente porque hace falta mucha mano de obra, pero todos por amistad. Almorzamos, pasamos el día juntos... Hay gente que ha venido una vez a probar y, después, cada año me sigue llamando para volver".
La fiesta de la vendimia supone confraternizar en torno a la uva. Eso sí, no es una cosecha al uso. No se trata de recolectar todos los racimos y llevarlos al remolque. "El proceso tiene dos partes. Un par de amigos y yo, que sabemos del tema, elegimos los racimos que consideramos ideales. Los que nos dan la mejor uva, esa que pruebas y te da una explosión de sabor". Las elegidas van para el Vendimia Seleccionada, un vino que alcanza los 200 euros en los mercados japonés o brasileño y del que solo se producen 1.000 botellas por añada. "Luego recogemos el resto de los racimos, con el que hacemos el segundo vino de la casa, que es el Cosecha".
El secreto, sostiene Pedro Balda, está en la viña. En sus condiciones. "Las cepas crecen por donde quieren, la naturaleza es la que manda. Por eso no son bonitas. El trabajo del viticultor es interpretar cada año, entender las condiciones".
En San Vicente de la Sonsierra, en La Rioja, las cepas crecen a los pies del monte Toloño. Un factor fundamental. "A los de este pueblo nos llaman los despeinaos, porque en verano a media tarde baja un cierzo del monte que refresca toda la zona de la viña. Eso me permite que el vino tenga un perfil atlántico, como a mí me gusta".
Balda habla de la viña casi como si fuera una criatura. "Esta es la viñita", señala con cariño. El diminutivo no es baladí porque el terreno apenas alcanza la media hectárea. Un terreno plantado a marco real, "que quiere decir que se plantó a 1,6 metros entre las filas y entre las cepas. Eran viñas que se labraban con caballería, que no estaban pensadas para trabajar con el tractor, que vino después". La diferencia se nota con respecto a las otras plantaciones que le rodean, con calles más anchas, preparadas para el trabajo mecánico.
El siguiente punto de la visita dirigida por Balda es el lugar en el que almacena el vino: el tesoro. Una estancia con las condiciones idóneas para la conservación de este delicado vino que, al carecer de aditivos, necesita un entorno particular. Nos pide que guardemos el secreto del lugar para evitar problemas: es muy tentador un caldo tan valioso. Y la próxima parada es la bodega en la que elabora el vino.
Junto al almuerzo que ha preparado su madre, Sagrario, cuenta que está sorprendido por todo lo que le ha sucedido. Porque carece de infraestructura o campaña de promoción. Su historia se ha ido conociendo por el boca a oreja. Recuerda cómo una oscura tarde-noche se encontró a un distribuidor australiano en la puerta de casa, aguardando su llegada, para comprarle vino. O cómo una casualidad le llevó a sentarse en la mesa de uno de los mejores restaurantes de España y terminar vendiendo su vino allí. "Cómo voy a estar. Imagínate. Alucinado".
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