Réquiem for Maribel, la madraza de Masterchef
Con Maribel se nos han ido la cuota maternal del Masterchef. Las series americanas –o sea, más o menos todas– tienen como máxima incluir a personajes parecidos al público objetivo al que se quiere llegar: si quieres treintañeros, pues pones treintañeros. Si buscas adolescentes, pues venga un par de excitados escolares volviendo del instituto con mochilas. Pero con la madraza del Masterchef nos sentimos todos identificados por simpatía familiar, y no sólo las amas de casa de mediana edad. Maribel está un poco en todas nuestras casas. Echaremos de menos a la cocinera de Benicarló; su banda sonora de rezongues por lo bajo durante las pruebas mientras habla con algún tipo de amigo invisible culinario; sus invocaciones a todo tipo de deidades católicas mediterráneas, su espontaneidad, que ha hecho las alegrías del realizador del programa de TVE, y su capacidad de poner en duda el criterio del jurado sin arrugarse lo más mínimo. Maribel me defraudó porque no le dio unos pellizcos en los carrillos cuando apareció Colate la semana pasada, que era lo propio. Pero me emocionó su capacidad para sobrevivir en las tensiones de un programa que no es para todo el mundo.
Nadie le pide ser perfecto a un concursante de un concurso de cocina. Masterchef es un excelente programa de entretenimiento y Maribel no debería despacharse resentida como hizo Cerezo la semana pasada, en un excesivo acto de amor a sí mismo, aunque todo parece apuntar hacia allí. A lo largo de todos los programas, Maribel ha sabido resolver marrones con fuerza y honor, como se solucionan en el día a día de millones de casas del país. Más allá de ella misma, Maribel ha conseguido que no nos olvidemos de que el cimiento de la buena cocina está, sobre todo, en las amas de casa que nunca saldrán vestidas de batín blanco. MasterChef - Maribel, la reina de las alcachofas, se marcha de MasterChef
* Imágenes: cortesía de Shine Iberia.