Rusamod, el abuelo del Estrecho: "He cruzado para ayudar a mis nietos"
Rusamod, Elisabeth y Manga, tres de más de 1.200 nombres, sólo 3 de más de 1.200 vidas con sus historias que ponen voz al relato migratorio
Elisabeth, con el resto de sus compañeras y los niños, serán llevados en su mayoría a centros de acogida humanitaria de Cruz Roja. Aquellas mujeres adultas y sin niños que sean originarias de países con los que España tenga firmados acuerdos de repatriación, serán llevadas progresivamente a Centros de Internamiento de Extranjeros con una orden de expulsión. Si en 60 días no se ha ejecutado tendrán que ser puestas en libertad como marca la ley de extranjería. Para Rusamod y Manga, como varones adultos, el futuro más probable, salvo que pidan asilo, es la apertura de esa orden de expulsión.
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Entre las casi 400 personas que desde el lunes han ido llenando uno de los centros deportivos municipales de Tarifa, llama la atención el aspecto de uno de los últimos en llegar. Sobre el suelo de una de las tres canchas de pádel que se han convertido en improvisado albergue para estos inmigrantes, choca una imagen, la de un hombre con aspecto de anciano en el mismo habitáculo donde una veintena de niños corretean o lloran en el regazo de sus madres.
En esta primera cancha que se puede observar nada más entrar al pabellón deportivo, el primer grupo visible al otro lado del cristal de pádel es el de los recién llegados. En ese grupo los 10 africanos que llegaron ayer a las cuatro de la tarde al puerto de Tarifa hay jóvenes de Ghana, Guinea, Togo, Malí y uno de la República de Benín. Es él, el de aspecto avejentado, Rusamod, al que vemos ya con el chándal que minutos antes le habían repartido los voluntarios de Cruz Roja. Es el 'uniforme' que llevan todos, ropa seca que junto a zumos y galletas suponen la bienvenida que tienen al recibir las primeras atenciones de estos voluntarios, más de 50 entre los dos polideportivos de Tarifa.
"Soy de la República de Benín, tengo 62 años, si has escuchado bien, y estoy aquí porque quiero ayudar a mis nietos, a mi hijo y a mi mujer, espero lograr un trabajo" dice Rusamod, que nos detalla que este era su primer intento de cruzar el Estrecho. Este sexagenario llevaba un año viviendo en Tánger, asegura que al escuchar entre los subsaharianos que habitan en la ciudad marroquí que se podía cruzar a España "porque los marroquíes habían dejado de vigilar, decidí probar suerte y estoy contento por lograrlo a la primera. Ahora espero vivir en libertad, ha sido muy duro pasar por Malí o Argelia antes de llegar a Marruecos, allí no tenía futuro por eso me decidí a probar a cruzar en la barca" dice.
A pocos metros del 'abuelo' como le llaman sus compañeros de viaje, al otro lado de la red de esa cancha de pádel, están las mujeres, entre ellas Elisabeth, de 34 años, una camerunesa con una sonrisa de oreja a oreja.
"¿Sabes? Llevaba dos años viviendo en Marruecos. Estaba en Bukhalef, en el barrio donde vivimos todos los africanos en Tánger y cuando vimos que todo el mundo se marchaba en las barcas y estaban pudiendo llegar a España pues nos lanzamos. Buscamos las balsas hinchables y vimos que había para soportar 300 o 400 kilos, nosotros compramos una de 400 y viajamos 11, gracias a dios nos rescataron los del barco rojo de España", dice en referencia a Salvamento Marítimo.
Esta simpática camerunesa ha viajado junto a dos amigas y un amigo. "No sé muy bien que vamos a hacer todavía, pero sólo estar aquí es para nosotros una nueva vida, en Marruecos no nos tratan bien, se lo puedes preguntar a mi amigo que está ahí", señala a la cancha de al lado.
El señalado es Mancha Charly, 32 años. "El viaje ha sido difícil, estar en una barca tan pequeña es muy difícil para navegar en el mar. Llevaba dos años viviendo en Marruecos, había probado por la valla de Melilla desde Nador, en pateras por otras zonas y al final a la primera que he intentado con las balsas de juguete he tenido la suerte de que me rescaten los españoles, estoy muy agradecido a Dios", insiste Manga, también camerunés que desea encontrar rápidamente un trabajo "para ayudar a la familia que tuve que dejar atrás en mi país".
Rusamod, Elisabeth y Manga, tres de más de 1.200 nombres, sólo 3 de más de 1.200 vidas con sus historias que ponen voz en primera persona al relato migratorio de los que cruzan estos días El Estrecho.
Elisabeth con el resto de sus compañeras y los niños serán llevados en su mayoría a centros de acogida humanitaria de Cruz Roja. Salvo la niña bautizada por los voluntarios como 'Princesa' que al llegar sin padres, como MENA (Menor extranjero no acompañado), ya ha sido acogida por los servicios sociales de la Junta de Andalucía que es la competente en materia de menores.
Aquellas mujeres adultas y sin niños que sean originarias de países con los que España tenga firmados acuerdos de repatriación, serán llevadas progresivamente a Centros de Internamiento de Extranjeros con una orden de expulsión. Si en 60 días no se ha ejecutado tendrán que ser puestas en libertad como marca la ley de extranjería. Para Rusamod y Manga, como varones adultos, el futuro más probable, salvo que pidan asilo, es la apertura de esa orden de expulsión.
Después de jugarse la vida en una balsa de juguete, de celebrar el pisar suelo español, de años de viaje hasta este objetivo, la mayoría de los varones adultos pasarán por los CIE y las autoridades intentarán expulsarlos antes de 60 días. Sólo a los que se les admita la solicitud de asilo, o aquellos de países sin acuerdo de repatriación si podrán albergar aún esperanzas de arrancar una nueva vida en España.
"Espero encontrar un trabajo, por eso he cruzado África. Estoy aquí para ayudar a la familia"
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