Historias de náufragos
Después de veinte horas de navegación a muy buen ritmo y con las aguas completamente calmadas, el Golfo Azzurro llega al puerto de Pozzallo en Sicilia, el lugar de desembarco para los 389 refugiados. Estas son algunas de sus historias
Cassibile (Sicilia)
El Golfo Azzurro se dirige a Sicilia con 389 refugiados rescatados frente a las costas libias. Los hombres descansan en la cubierta envueltos en grandes mantas; las mujeres y los niños duermen en la bodega del barco, reconvertida en hospital.
Han pasado mucho miedo y frío durante la travesía a la deriva. Lloraban porque creían que iban a morir. Subirse en la patera de goma o madera es huir de días, semanas, meses o, incluso, años de espera. Es huir de palizas e insultos durante un largo viaje que busca la tierra prometida. Si eres mujer es huir de violaciones múltiples.
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Los 389 refugiados han tenido mucha suerte. Fueron localizados por un petrolero que viajaba por una ruta poco utilizada. El capitán del mercante lo comunicó al centro de coordinación de salvamento marítimo en Roma, encargado de dirigir todas las operaciones de rescate del Mediterráneo, y el Golfo Azzurro se dirigió a una zona sin apenas tránsito tras recibir la orden de rescate.
¿Qué hubiera pasado si no son localizados? A la misma hora que se producía el último desembarco de la barca de madera que iba a la deriva con 261 refugiados, llegaba una trágica noticia: más de un centenar de cadáveres eran encontrados en varias playas cerca de la ciudad de Zuwara, al oeste de Libia. Los ahogados parecían subsaharianos cuyos cuerpos estaban en avanzado estado de descomposición, y era difícil establecer la fecha del naufragio.
He preguntado muchas veces si vale la pena iniciar un largo camino cuyo final puede ser un ataúd de agua. He preguntado a hombres maltratados, mujeres violadas, niños y niñas esclavizadas sexualmente. He preguntado por los que muchos, en la comodidad de Occidente, creen que es una simple aventura. Y siempre he recibido respuestas tan consistentes y contundentes que he llegado a una única conclusión: hubiera actuado igual que la mayoría de los refugiados si mi vida fuera un calvario de muerte y desolación.
Hubiera preferido convertirme en un náufrago, asumir el riesgo de tener una muerte anónima, sin testigos, pagar lo que fuera por huir de guerras sin fin o situaciones de miseria endémicas. Hubiera atravesado el desierto más despiadado y el mar más embravecido con tal de llegar a un lugar en paz donde empezar una nueva vida.
“Cuando tu bisabuela, tu abuela, tu madre y tú misma has vivido en la miseria absoluta, el objetivo principal de tu vida es poner fin a este círculo vicioso que dura generaciones. Yo me tendré que prostituir durante años para devolver la cantidad que unos mafiosos sin escrúpulos han establecido como parte de su botín. Pero mis hijos tendrán los mismos derechos educativos y sanitarios que los suyos”, me explicó hace muchos años una prostituta de 18 años mientras esperaba a su siguiente cliente a pocos metros de la Gran Vía madrileña.
Aquella historia de vida me permitió entender más sobre el drama y el sufrimiento de los que huyen que todas las declaraciones pomposas, las estadísticas más precisas y los comportamientos más irritables y cínicos.
Después de veinte horas de navegación a muy buen ritmo y con las aguas completamente calmadas, el Golfo Azzurro llega al puerto de Pozzallo en Sicilia, el lugar de desembarco para los 389 refugiados. Hablamos de 218 refugiados de Eritrea, 67 de Nigeria, 37 de Ghana, 27 de Bangladesh, 8 de Etiopia, 6 de Gambia, 4 de Comores, 3 de Mali, 3 de Marruecos, 3 de Sur de Sudán, 2 de Egipto, 2 de Camerún, 2 de Liberia, 2 de Costa de Marfil, 1 de Guinea Conakry, 1 de Senegal y 1 de Togo. Hablamos de 298 hombres y 91 mujeres. Hablamos de 99 menores en total.
Un gran dispositivo de seguridad ya está preparado. Los protocolos son muy estrictos. Miembros de la oficina de Sanidad marítima y de fronteras, cubiertos con trajes de protección respiratoria y dermatológica, descienden las escalerillas e inician la inspección individual de todos los refugiados.
Las primeras en salir del barco son las mujeres embarazadas. Muy emocionadas se abrazan a los voluntarios de Proactiva Open Arms. Cada persona será fotografiada por la policía fronteriza y tendrá que iniciar un largo trámite legal. Muchos serán repatriados a sus países de origen. Pero esa es otra historia.
Historias de náufragos
Nació en Accra (Ghana), tiene 44 años y es conductor de furgonetas. Viaja con su mujer Naomi, embarazada, y sus dos gemelos, Richmond y Richard, de un año y dos meses.
“Hace cinco años me marché a trabajar a Libia como conductor de furgonetas. La guerra había empezado aunque todavía se podía trabajar. He conseguido sobrevivir estos años en Trípoli, la capital libia, pero durante el último año la situación de seguridad se ha deteriorado mucho y es imposible mantener a una familia por culpa de los salarios tan bajos. No hay futuro en Libia. Una vez que lleguemos a Italia quiero ir al país que me permita iniciar una nueva vida con toda mi familia”
Nació al norte de Dhaka (Bangladesh), tienes 33 años, es cocinero, está casado sin hijos.
“Hace ocho meses viajé de Dhaka, la capital de mi país, a Trípoli. Estaba cansado de vivir en la pobreza absoluta sin poder platearme un futuro digno. Fui el primero de toda mi familia en tomar la decisión de emigrar. Al llegar a Libia me secuestraron y tuve que pasar muchos meses en un lugar cerrado. Sé que vamos hacia Sicilia. Cuando llegue a Italia decidiré el lugar de mi destino”
Nació en Kano (Nigeria), tiene 19 años y es cristiano.
“El conflicto con el grupo terrorista Boko Haram imposibilita tener una vida normal. Cada día hay ataques y los jóvenes podemos ser obligados a combatir con el ejército o con la milicia. Hace un mes salí de Nigeria y tardé otro mes en hacer el recorrido hasta Libia. Algunos grupos armados atacan los transportes de los refugiados y les quitan todo lo que llevan de valor. Nuestro conductor hizo la ruta por carreteras secundarias y pudimos evitar a los ladrones. A los dos días de llegar a Tripoli pude subir a la barcaza de goma. Pagué 1.430 dólares por todo el viaje”.
Nació en Maryland County (Liberia), tiene 18 años, dejó sus estudios de secundaria y se convirtió en un trabajador de la construcción.
“La epidemia de Ébola y la muerte de tres de mis amigos me convenció de la necesidad de emigrar. También las dificultades para encontrar un trabajo digno en la provincia donde vivo. Hay grupos rebeldes reclutando forzosamente a menores. Dejé mis estudios cuando estaba a punto de empezar la educación secundaria. Tardé un año en recorrer el largo camino entre Liberia y Libia. Atravesé Costa de Marfil, Burkina Faso, Níger. En Libia fui secuestrado dos veces por grupos armados. Querían dinero. Sino pagas te matan. Mi familia tuvo que enviar 500 y 800 dólares para que me liberasen. He pagado 250 dólares por subirme al bote de goma. Me gustaría seguir mis estudios en Europa”:
Nació en Banjul (Gambia), tiene 17 años y no ha terminado la educación primaria.
“Abandoné Gambia hace dos años y cinco meses cuando acababa de cumplir los 15 años. Hice un largo viaje por Senegal, Mali, Burkina Faso, Níger hasta que llegué a Libia después de un mes. Mi intención era conseguir dinero para sacar a mi familia de la pobreza endémica. Estaba harto de ver sufrir a mis padres. Durante todo este tiempo he trabajado muy duro en trabajos de construcción. He sobrevivido al caos de la guerra y he vivido en diferentes lugares de Libia con personas de diferentes nacionalidades. Hasta que ahorrado el dinero suficiente para hacer el viaje a Europa”.
Nació en Kano (Nigeria), tiene 24 años y estudió hasta el último curso de secundaria. Está embarazada de dos meses de una violación.
“Después de la muerte de mi padre vivir con mis hermanas. Sabíamos que los grupos armados fundamentalistas raptaban a chicas para utilizarlas como suicidas. Nos fuimos a Abuja, la capital, porque era una zona más segura. Estaba estudiando el último curso de secundaria cuando me denegaron la beca para seguir mis estudios en la Universidad. Decidí irme a trabajar a Libia hace un año y medio. Necesitaba conseguir el dinero para viajar a Italia y Europa. Un hombre me ofreció trabajar en su casa durante cinco años a cambio del pagarme el pasaje. Me trataron muy mal, me obligaban a trabajar día y noche. Un día me quejé del trato que sufría. Mi patrona se enfureció, me quemó el muslo con la plancha ardiendo (enseña una herida profunda y mal cicatrizada) y me echó de su casa. Una noche fui violada y me quedé preñada. Estoy de dos meses”.
Nació en un pueblo del sur de Nigeria, tiene 22 años y es cristiana.
“Un grupo armado compuesto por radicales árabes mató a mi padre. Sentí mucho miedo de que me ocurriera lo mismo, dejé de estudiar y decidí huir. El viaje hasta Libia duró dos meses. Pasé otros dos meses en un hangar en Libia con centenares de personas que queríamos viajar por mar a Europa. No podíamos salir y vivíamos en unas condiciones terribles. Libia es el caos total y hay combates por todas partes. Deseo llegar cuanto antes a Italia porque sé que tendré muchas oportunidades de vivir mejor. Mi deseo es quedarme en ese país para siempre.”
Nació en Eritrea, tiene 31 años, está casada y tiene una hija de año y medio. Está embarazada de un mes y medio como consecuencia de una violación.
“La policía sudanesa detuvo el transporte en el que viajábamos mi marido y yo desde Eritrea. Querían que les entregásemos el dinero que llevábamos. Fui violada junto a otras tres mujeres por un grupo formado por 17 policías. Lo hicieron delante de nuestros maridos que rogaban y lloraban que no continuasen con las violaciones. Estoy preñada como consecuencia de la violación. Pagué 3.500 dólares por viajar desde Sudán a Libia y he pagado otros 2.200 dólares por el puesto en la barca de madera que salió de la playa de Libia con destino Italia.”
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