¿Estamos viviendo la era dorada de la fotografía gastronómica?
Instagram ya alberga más de 115 millones de fotos con la etiqueta #yummy
Madrid
Parece mentira, pero no han pasado ni 20 años. Y no es que a finales de los 90 los móviles no tuvieran cámara, sino que ¡casi nadie tenía un móvil! Por supuesto, para que alguien decidiera gastar una foto en algo comestible, ese algo tenía que ser verdaderamente excepcional (nivel boda, visita a elBulli o similar). Pero la fotografía digital ha dejado atrás el gasto y la incomodidad de revelar los carretes y ahora nos pasamos la vida retratando lo que estamos a punto de llevarnos a la boca.
Adictos a fotografiar comida
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En Instagram ya hay casi 2 millones de imágenes con el hashtag #cocina y casi medio millón etiquetadas con #aguacate o la onomatopeya #ñamñam. Al pasarse al inglés, las cifras se multiplican: 115 millones de fotos asociadas a #yummy (el equivalente a #ñamñam), casi 80 millones a #delicious y unos 60 a #vegan.
En paralelo al boom social de las fotos de comida, cada año se editan más y mejores libros gastronómicos en los que la imagen funciona como elemento principal. Una tendencia que empezó a avivarse con las obras de elBulli y que poco a poco, con Montagud y Planeta Gastro como editoriales de referencia, ha ido convirtiendo al libro de gran formato en un básico más del restaurante, casi tan imprescindible como el lavavajillas, el sifón o la página web.
¿Estamos viviendo la edad de oro de la fotografía gastronómica o para explicar la existencia de todas esas imágenes hay que hablar más de cantidad que de calidad? Marta Sanahuja, conocida como Delicious Martha, lleva años publicando platos y bodegones en Instagram. Una constancia que le ha permitido sumar más de 205.000 seguidores y que para ella sí se enmarca en una suerte época dorada.
"Hasta ahora estaba muy encasillada en la foto de estudio y con poco atrezzo", explica. "Ahora, además de poder hacerlo en el comedor de casa, prestamos mucha atención al conjunto, para que no sea un simple plato de comida".
El fótógrafo Álvaro Fernández Prieto, que trabaja, entre otros muchos clientes, para la revista Sobremesa, también cree que "la foto gastronómica está viviendo su mejor momento". Un hecho sustentado en "el interés por la gastronomía y el acceso masivo a dispositivos fotográficos" que, sin embargo, aún no ha sacudido los cimientos de la disciplina: "El paradigma fotográfico sigue siendo el mismo que en el s. XIX y el estudio de la utilización de la luz sigue estando en la Historia del Arte".
Más escéptico se muestra Jorge Gutiérrez Narro, quien alterna su trabajo como fotógrafo con las clases que imparte en varios centros. En The Foodie Studies, por ejemplo, imparte el Taller de Fotografía Gastronómica con Smartphone.
"La edad de oro de la fotografía gastronómica se produjo cuando algunos fotógrafos, entre los que destacaría a Francesc Guillamet, documentaron la nueva cocina española de Adriá, Arzak, Berasategui o Adúriz. Utilizaron nuevas perspectivas, planos y técnicas de iluminación que iban en consonancia con el espíritu de los platos que retrataban", señala. "Lo que estamos viviendo ahora es otra cosa: una era de toma compulsiva de imágenes sin intención compositiva".
Curiosamente, el propio Francesc Guillamet, cuyo libro Comer Arte es citado como referente por muchos de los fotógrafos millenials, sitúa la edad de oro en los años 80. "Es cierto que ahora hay un reconocimiento que antes no existía. Se le da más valor y hay más demanda. Pero, en términos de calidad, me cuesta encontrar fotografías tan buenas como las que a mí me hicieron dedicarme a esto".
Guillamet asegura que una de las excepciones contemporáneas es la obra del británico Nick Knight, pero en su opinión Irving Penn, Reinhart Wolf o Bloch-Lainé "no solo eran mucho más libres" sino que además las publicaciones para las que trabajaban se mostraban "más respetuosas con su creatividad".
Una atmósfera de libertad que él disfrutó, durante años, en elBulli. La imagen de las patas de pollo al estilo bailando sevillanas que encabeza este artículo, de hecho, procede de una de las sesiones en las que se dedicaban a retratar todos los productos del menú de cada temporada. "Son cosas que suceden cuando hay confianza y llevas muchas horas trabajando", explica el fotógrafo catalán. "Ese día empezamos a ponerle los anillos de mi ayudante y no sé cuantas tonterías más".
Y es que la fotografía gastronómica no se circunscribe solo a los platos. Jorge Gutiérrez asegura que los trabajos con los que más ha disfrutado son el libro Queso de familia. 75 años de El Labrador Estradense, dedicado a una quesería, y el reportaje sobre la matanza del cerdo que hizo en una aldea de Lugo.
A Álvaro Fenández también le apasiona estar en contacto con el producto, pero él se siente especialmente orgulloso de haber conseguido interpetar la filosofía gastronómica de Diego Guerrero o Ángel León. Muchos cocineros, de hecho, tienen su propio fotógrafo fetiche. En el País Vasco, José Luis López de Zubiría lleva años trabajando para Martín Berasategui, Josean Alija o Andoni Luis Aduriz. En Cataluña, Francesc Guillamet sigue ligado a Paco Pérez, Albert Raurich o los chefs de Disfrutar.
La mallorquina Cristina Ortega, que después de estudiar Diseño Gráfico trabajó unos años como camarera, colabora ya con algunos de los mejores restaurantes de cocina creativa de la isla. Y el cocinero Sacha Ormaechea fue fotógrafo antes que fraile. Su obra, de hecho, ha servido para ilustrar más de 50 libros.
Lo curioso es que, más allá de la categoría Bodegón de los (poco conocidos) Premios Lux y de alguna que otra exposición puntual (como las que forman parte del Gastrofestival), no exista todavía un foro dedicado a esta disciplina, similar al Festival International de la Photographie Culinaire (FIPC) que se organiza en Francia.
Carlos G. Cano
Periodista de Barcelona especializado en gastronomía y música. Responsable de 'Gastro SER' y parte del...