José Cervera, sabiduría y bondad en estado puro
El cabrón de Pepe ha dejado a sus amigos y al mundo a su suerte
Hoy el mundo es mucho más gris y gira más despacio. O al menos sin rumbo. Pepe nos ha dejado huérfanos…
No, no voy a seguir por ahí. Llego un poco tarde a despedirme, y no puedo añadir nada más ni mejor de lo que han escrito sus amigos y pupilos sobre este gran periodista y mejor persona, o viceversa; Pablo Oliveira en Público.es, Pedro de Alzaga en El País, Javier Moltó en Km77.com, Melisa Tuya en 20minutos.es, Guillermo Rodríguez en el HuffPost, Jordi Sabaté y Nacho Escolar en eldiario.es, Javier Barrera en su blog o Darío Pescador, Juan Pablo Seijo y Antonio Delgado en Facebook.
Todos coincidimos en que una extraordinaria conjunción de los astros creó un ser especial, en el que nos cuesta saber qué destacar más, si su gran sabiduría o inmensa bondad.
Así que no seguiré por ahí. A Pepe no le gustaría. Miraría para otro lado, haría alguna mueca y cambiaría de tema. Tampoco le faltaba modestia.
Y como es lugar común que siempre nos dejan los mejores, de quienes solo se recuerda y destaca lo bueno, añadiré algo sobre la parte más turbia del maestro Cervera.
Pepe era intolerante. Intolerante con la mezquindad y la estulticia (le encantaba esta palabra). Le he visto despotricar, con la mano levantada y la vena hinchada, contra la ignorancia disfrazada de dogma. Defendiendo la verdad, una verdad fruto del rigor científico.
Pepe era abrumador. No, no es posible saber tanto de tantas cosas. Sin pretenderlo, te hacía sentir muy pequeño. Aunque al final, tras un rato con él, siempre salías con más curiosidad sobre las maravillas del mundo que explicaba con tanta pasión.
Pepe no sabía beber. O al menos no sabía despedirse en el final de las noches de juerga. Pepe, de repente, sencillamente desaparecía. Creo que cuando sentía que había llegado el momento en que no podía aportar mucho más, se escurría en silencio tambaleante hacia casa, mientras los demás seguíamos gritando hasta que preguntábamos: ¿Dónde está Pepe?
Y Pepe es egoísta. Hay que ser muy egoísta para largarse así, como en las noches de farra, muy pronto, demasiado pronto, de repente. ¿Dónde está Pepe? No volverá a compartir unas cervezas con sus amigos en La Fontanilla, aunque sus palabras y su sonrisa flotarán siempre entre nosotros.
Me lo tengo que creer. Pepe nos ha abandonado.
Siento pena por Pepe y por todo lo que le quedaba por aprender. Seguro que donde esté sigue leyendo compulsivamente. Siento pena por Pilar, su amor, y por su familia y amigos, que nos quedamos a la deriva. Pero siento más pena por el mundo, que se ha quedado sin una mirada lúcida que arrojaba claridad sobre sus miserias cotidianas. Pepe era un agujero negro que absorbía todo el conocimiento de su alrededor; pero al contrario que éste no se quedaba toda la luz para sí: la repartía con generosidad a propios y extraños.
Siento tanta pena que me cambiaría por él ahora mismo. Porque el mundo necesita Pepes.
Hay dos tipos de personas en el mundo: los que quieren a Pepe y los que no le conocen.
Yo me quedo con el orgullo de haber sido su amigo. De haberme quedado con una mínima parte de la generosidad que desprendía, con una pizca del saber que irradiaba.
Camino por la calle con la cabeza alta. La gente me mira con un punto de envidia y señala: “Mira, ese tipo es amigo de Pepe Cervera”.