"Somos los inmigrantes los que estamos en primera línea, recogiendo fruta para daros de comer"
Serigne Mamadou, jornalero en el campo andaluz, ha reivindicado la labor de las personas migrantes que trabajan en la agricultura con este mensaje que se ha vuelto viral
Madrid
Serigne Mamadou tiene 40 años y trabaja en el campo andaluz, es uno de los miles de jornaleros que, pese al estado de alarma, siguen recolectando con sus manos la fruta y verdura que en estos días consume la población de todo el país.
"¿Dónde están los 3 millones de votantes de Vox? El campo necesita 300.000 trabajadores. Somos nosotros, los inmigrantes, los que estamos en primera línea, recogiendo la fruta para daros de comer. Dando la cara por el pueblo", así ha estallado Mamadou en sus redes sociales este lunes para reivindicar la importancia de su labor, un mensaje que ya se ha vuelto viral.
Desprotegidos del virus y del racismo
El 80% de la mano de obra agrícola son personas inmigrantes como Mamadou, natural de Senegal, que realizan sus jornadas de trabajo a menudo desprotegidos del racismo social e institucional, y ahora también del virus.
El cierre de fronteras ha puesto sobre la mesa la necesaria mano de obra que requiere constantemente el campo, y que en un alto porcentaje desempeñan temporeros y temporeras migrantes en condiciones que, a menudo, no incluyen necesidades básicas, acceso a luz, a agua potable o protección sanitaria.
<p>Save The Children, UNICEF, CEAR, Andalucía Acoge o Raíces se han dirigido al Gobierno para pedir que revisen aspectos del decreto una vez que la norma finalice el 30 de junio</p>
No es la primera vez que Mamadou expone dichas condiciones públicamente, y tampoco es la primera vez que critica el discurso racista. Desde hace un año, comparte vídeos en su propio canal de YouTube, en los que viene recordando que “hablar del campo es muy fácil cuando no estás (en él)”.
Las palabras de Mamadou recorren Twitter en un momento en el que el confinamiento de buena parte de la ciudadanía ha revelado que la producción agrícola, como otras actividades esenciales, necesitan regulación y reconocimiento.