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Coronavirus Covid-19

Cómo evitar un brote de COVID-19: lo que Donald Trump ha hecho mal

El acto en el que el presidente de EEUU probablemente se contagió es un ejemplo de lo que nunca debe hacerse

Donald Trump saluda sin máscara desde el balcón de la Casa Blanca tras salir del hospital. / ERIN SCOTT (Reuters)

Donald Trump saluda sin máscara desde el balcón de la Casa Blanca tras salir del hospital.

Valencia

El mundo está impactado por la noticia de que Donald Trump ha resultado positivo a SARS-CoV-2. Tanto por las implicaciones para la política sanitaria de su país de cara las próximas elecciones presidenciales, como por lo que implica para otros países, tan dependientes de lo que ocurre en los Estados Unidos.

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Quienes trabajan en vigilancia en salud pública, en cambio, pueden verlo como un caso típico de un posible brote de la enfermedad del que extraer conclusiones y aprendizaje.

El caso índice del brote

Según han narrado medios estadounidenses, la primera noticia fue que una asesora muy cercana al presidente manifestó síntomas al regreso de un mitin al que había acompañado a Trump, en Minnesota, el miércoles 30 de septiembre. Tras dar su prueba positivo, inmediatamente se estudió a sus contactos, entre ellos el propio Trump. El presidente comunicó su resultado positivo el jueves 1 de octubre.

Esta es la manera habitual de proceder ante un positivo: búsqueda y rastreo de contactos. Lo que no es tan habitual –o no debería serlo– es que un contacto de una persona de la que ya se sabe que es positiva viaje ese mismo día y se reúna con docenas de personas.

Porque si resulta positivo, como sucedió, se amplifica la posibilidad difusión del virus. Máxime si, además, no se mantienen las medidas de seguridad (recordemos: distancia, mascarilla, lavado de manos, evitar espacios interiores y especialmente en los que haya mucha gente). Como ya han indicado algunos expertos en Estados Unidos, el diagnóstico de Trump supondrá un desafío para trazar sus contactos.

Seguramente esta asesora también estuvo con Trump el día del debate de la campaña presidencial, el martes 29 de septiembre, y muchos otros días antes. Lo que implica que, como sucede en muchos brotes, será difícil establecer en qué momento pudo haberse contagiado Trump, si es que realmente lo hizo a través de su asesora.

Búsqueda retrospectiva

Seguramente en los días sucesivos irán apareciendo otros casos entre el personal de la Casa Blanca (hasta el 5 de octubre se habían identificado trece), ya que las personas más cercanas al presidente se hacen pruebas con regularidad (aunque rara vez usan mascarillas y no se sabe mucho acerca del cumplimiento del resto de medidas).

Resulta inexcusable buscar contactos en el debate electoral, y así sabemos que el otro candidato, Biden, ha resultado negativo, al igual que otras personas que estuvieron allí. Esto permite una primera reflexión sobre que el cumplimiento de las medidas fue eficaz en ese lugar, pese a la burla que Trump hizo sobre el uso de la mascarilla por parte de Biden.

Cualquiera que trabaje en epidemiología de campo buscaría también en otros actos en los que hubieran estado presente Trump y su asesora entre cuatro y cinco días antes del comienzo de los síntomas. Y así, aparece un acto que reúne muchas características para ser el lugar de contagio más probable: el realizado el sábado 26 de septiembre en el Rose Garden de la Casa Blanca para el anuncio de la candidatura al Tribunal Supremo de la jueza Barret.

En ese ese acto, se han identificado, al menos, 20 casos: 6 asistentes, 3 periodistas y 11 empleados. Lo que sumado a Trump, su esposa y la asesora suma 23 contagiados. Pero para hacer bien los números habría que conocer también el estado de todos los que asistieron, el de sus contactos estrechos y el de los presentes (y los contactos) en el resto de actos. Esto da una idea del inmenso trabajo que representa controlar un brote.

Todo lo que no hay que hacer

Pero, ¿qué es lo que hace sospechoso el acto en el Rose Garden? Desde luego, no el lugar, ya que se realizó al aire libre y no en un espacio cerrado. Pero esa es la única nota positiva, porque todo lo demás juega en contra de los congregados:

  • Se reunieron más de 100 personas en una superficie relativamente reducida.
  • No se guardó la distancia de seguridad: estuvieron sentados codo con codo durante más de 15 minutos.
  • Ninguno de los asistentes utilizó mascarillas de ningún tipo.
  • No consta la utilización de gel hidroalcohólico, aunque cuesta creer que no lo hubiera (o al menos preferiríamos no creerlo). Tampoco se sabe si se tomó la temperatura a la entrada.
  • No se restringió el contacto entre personas, pudiendo verse como hubo corrillos y abrazos (algunos reiterados, como los protagonizados por una de las personas que luego ha resultado positiva).
  • Hubo discursos y también conversaciones a corta distancia.
  • Se le practicó a los asistentes una prueba rápida de detección, que el propio fabricante recomienda realizar en los primeros 5 a 7 días de la aparición de síntomas. Aquello dio lugar a una falsa sensación de seguridad, como ha mencionado uno de los afectados.

En definitiva, tenemos un ejemplo de todo lo que no hay que hacer en momentos de pandemia. Incluyendo, además, la no observancia del aislamiento y la cuarentena.

Resumiendo

Se ha hablado poco de que esta irresponsabilidad implica una enorme cantidad de trabajo para el personal dedicado a la vigilancia, los mal llamados “rastreadores”, que deben identificar a una ingente cantidad de contactos y casos. También conviene tener en cuenta el importante esfuerzo asistencial que implica atender a los que presentan síntomas.

Óscar Zurriaga, Profesor Titular. Dpto. de Medicina Preventiva y Salud Pública (UV). Serv. Estudios Epidemiológicos y Estadist. Sanit. (Generalitat Valenciana). Unid. Mixta Investigación Enfermedades Raras UV-FISABIO. CIBER Epidemiología y Salud Pública, Universitat de València

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

 
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